LA VENGANZA COMO MOTOR DE LA HISTORIA

Madrid, 06/08/2020

«Que no se ha marchao, que lo hemos echao»

Alguna vez mi padre me contó, con notable exactitud, su participación, con apenas 14 años, en la jubilosa manifestación de masas acaecida en la tarde del 14 de abril de 1931 entre la fuente de Cibeles y la Puerta del Sol madrileñas, festejando la caída de Alfonso XIII y la proclamación de la II República. Según contaba, al anochecer, los manifestantes madrileños se enteraron de la salida, a toda prisa, del Monarca y su familia del Palacio Real rumbo al exilio. Entonces, los gritos pidiendo la cabeza del “Africano” (Alfonso XIII) se transformaron en un salmo revelador: «Que no se ha marchao, que lo hemos echao». Esta sentencia espontánea rebelaba algo más que satisfacción por el acontecimiento y la proclamación de un orden nuevo, era el indisimulado placer que producía a las masas la humillación al gran ofensor, la venganza final de los parias de la tierra, la placentera sensación de la vuelta de la tortilla de una vez por todas.

La reciente decisión del rey Juan Carlos I de abandonar España, seguramente se deberá a varios motivos, sin descartar el hartazgo, aunque la lectura más generalizada es la del sacrificio personal en defensa de la institución que encabeza su hijo Felipe VI. Otra versión, no menos oficial por cuanto se publica desde el Consejo de Ministros y en el Congreso de los diputados por la coalición y grupos que sustentan al actual gobierno, juzga que es una huida del culpable de no se sabe aún bien que crímenes. Y entre medias, se propaga la versión del chivo expiatorio para tapar los muchos errores del gobierno tocante a la COVID-19. Sobre estas dos últimas hipótesis, se vierten todo tipo de relaciones con algunos acontecimientos históricos a través de la mención de nombres señeros; Carlos I de Inglaterra, Luis XVI de Francia o Nicolás II de Rusia, naturalmente asociados a cabezas, hachas, guillotinas y sótanos de Ekaterimburgo. No obstante, no abundan quienes superan intenciones y nostalgias y se atreven a continuar la referencia histórica hasta enlazarla con la suerte de Danton y Robespierre y, para más inri o recochineo, describir el mismo gozo sentido por las ciudadanas tejedoras francesas con la caída de la cabeza en el cesto del ciudadano Capeto, del Incorruptible Robespierre y del Buen dictador Danton. Muchas pistas dan la evocación histórica sobre el placer de las ciudadanas tejedoras viendo cortar cabezas de los poderosos, de cualquiera de ellos pues todos, desde el Rey hasta los revolucionarios ahora traidores, eran culpables de las humillaciones y ofensas ancestrales a la plebe que, de pronto, se había convertido en masa de ciudadanos con derecho al espectáculo de hacer del pasado tabla rasa y dar vueltas a las tortillas.

Antes que Rodríguez Zapatero, Jean Paul Marat recetó «mantener constantemente al pueblo en un estado de excitación hasta el momento en que “leyes justas” lograran cimentar definitivamente al régimen revolucionario». Dicha excitación, entonces y ahora, se inculca con inyecciones diarias de odio y resentimiento, eso que algunos llaman la politización del dolor con la precaución de reservarse la exclusividad de determinar los dolores politizables y los que no lo son. Desde esta formidable presunción maniquea, las corruptelas e iniquidades de la derechona y la monarquía borbónica, ciertas o sospechadas, son las causantes exclusivas de que las clases populares sufran los estragos de la crisis sanitaria y social. De nadie más y mucho menos de quienes señalan culpables enseñoreando coleta y barba hirsuta y desgreñada, imitando a sus amados descamisados agraviados o encorbatados resentidos que les votan. Y del alago interesado al amado pueblo se pasa a la irresponsabilidad del explotado, humillado y ofendido. Por ejemplo, del que tiene que okupar la vivienda del vecino debido a que la derechona y la monarquía borbónica y nadie más, son los responsables de la especulación inmobiliaria y la falta de vivienda asequible para los jóvenes. Incluso que la ocupación se haya convertido en un magnífico negocio para mafiosos, la culpa es de los propietarios abusadores, de los bancos especuladores y, por supuesto, de la derechona y la monarquía borbónica.

Juan Carlos I es responsable de toda su trayectoria como monarca, de indudables aciertos y de algunas acciones reprobables durante su senectud, pero creo que el balance histórico riguroso le será favorable. Que los gurús del palacio de la Moncloa utilicen la dialéctica del bueno y el malo, para humillar al Rey, utilizando la vieja estrategia de hacer leña del árbol caído para prender la hoguera purificadora que iguala a todos, empieza a ser arriesgado. El peligro de prender la llama de la agitación contra el chivo expiatorio, cuando objetivamente pintan bastos y el ferragosto pandémico ha secado la pradera de las sinecuras tapabocas, el que las llamas de la humillación se propaguen, como en su día comprobaron Danton, Robespierre y Trotski, no es improbable, pues sabemos que se puede prever cómo empieza la algarada pero no como termina. A propósito, hace solo unos días, el 10 de Termidor del año II, se cumplió el 226 aniversario del guillotinamiento de Robespierre.