DEL MARXISMO AL CAPITALISMO WOKE

UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA

Pablo Rojo Barreno.

11/08/2022

Uno de los debates reiterados durante los años sesenta del siglo pasado entre marxistas de diferente etiqueta, era la habilidad con que el capitalismo de los países occidentales (con sus aliados socialdemócratas) “recuperaba o asimilaba” muchas de sus propuestas y las pregonaba como éxito del sistema. Sin embargo, tres décadas antes Georg Lukács en “Historia y conciencia de clase” (1923) hurgó sobre el asunto recuperando con ello la “reificación” que Marx menciona de pasada al hablar del “fetichismo de la mercancía” en “El Capital”. Con su análisis sobre la reificación, Lukács estableció que la identidad del individuo moderno no se construye en el siglo XX a partir del trabajo sino del consumo.

Poco faltó para que los camaradas jefes de Lukács en el Partido Comunista de Hungría, en comandita con el Presidente de la Comintern luego purgado por Stalin; Grigori Zinóviev, le hicieran pagar su osadía con la vida, por mucho que adujera que solo pretendía iluminar a los bolcheviques ante la eminente muerte de Lenin. Pero lo cierto es que sus deducciones ponían en solfa unas cuantas “leyes marxistas”.

Por aquel tiempo, Max Horkheimer fundó el Instituto de Investigación Social en Frankfurt, con el fin de estudiar el fracaso de la revolución comunista en Alemania en 1918. Sin embargo, la ya reconocida como Escuela de Frankfurt, a partir de 1931 se empeñó en estudiar la superestructura del capitalismo como sistema de dominación cultural que, según acordaron tras sesudos informes, oprime al proletariado sutilmente a través de la cultura de masas. Desde este enfoque, los miembros de la Escuela de Frankfurt mezclaron marxismo con psicología freudiana, hasta convertir el marxismo del optimismo agitador del Manifiesto Comunista en resignación melancólica. Esta resignación fue aparentemente superada durante unos pocos meses por los acontecimientos de mayo de 1968 en Francia.

El fracaso del mayo francés (desde la toma de la Bastilla hasta nuestros días, Francia es el país que más derrotas revolucionarias acumula) supuso el hundimiento de las dos estrategias paralelas que confluyeron en los partidos comunistas de Europa occidental tras la Segunda Guerra Mundial. La primera fue poner definitivamente en solfa la estrategia estalinista de principios de la década de 1930, basada en preservar el «socialismo en un solo país», es decir, la URSS como superpotencia y faro del socialismo real que, a través de la Komintern impuso a sus partidos satélites bautizándola «alianza con el campo progresista» a través de los frentes populares. Sin decirlo expresamente, el Gramsci encarcelado por Mussolini cuestionó la estrategia de Stalin al desarrollar la teoría de la hegemonía cultural, teoría con la que Palmiro Togliatti hizo una pirueta en 1947 llamada svolta di Salerno, integrando al Partido Comunista de Italia en la democracia capitalista democratacristiana. De esta alianza interclasista, surgió el Eurocomunismo que abrazo el Partido Comunista de España dirigido por Santiago Carrillo Solares, conocida como «alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura».

El desengaño del mayo del 68 también produjo la radicalización aventurera de quienes siguieron al maoísmo chino de la Revolución Cultural y al estalinismo albanés, grupúsculos que se escindieron de los partidos comunistas de Europa occidental obedientes a la URSS y algo más tarde lo hicieron en EEUU y Canadá, etiquetándose como marxistas-leninistas. Fue por entonces cuando se consolidó la “militarización” de ETA (recordemos que el primer asesinato perpetrado por ETA fue el del joven agente de tráfico de la Guardia Civil José Pardines el 7 de junio de 1968). En 1971 se fundó, de la mano del Partido Comunista de España (marxista-leninista), el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), presidido por el hoy homenajeado dirigente del PSOE, Julio Álvarez del Vayo. Fue el FRAP la primera organización española que, tras la desarticulación del maquis a principios de los 50, proclamó el reinicio de la lucha armada (popular) contra el franquismo. Al mismo tiempo, surgieron en Europa organizaciones del mismo sesgo ideológico que propugnaron y utilizaron la violencia terrorista como el Ejército Republicano Irlandés Provisional (PIRA), la Facción del Ejército Rojo (RAF) en Alemania Occidental, las Brigadas Rojas en Italia, la Acción Directa (AD) en Francia y el Communist Combatant Cells (CCC) en Bélgica. El terrorismo de extrema izquierda en Europa asesinó e hirió a miles de personas y fue perseguido con mayor o menor contundencia por los países europeos que lo sufrieron. El derrumbe de la URSS, de la Albania comunista y la conversión de China al capitalismo inclemente dirigido por la oligarquía instalada en el Partido Comunista de China al iniciarse la década de los 90, fueron los acontecimientos que dieron la puntilla al terrorismo que se identificaba como marxista-leninista. Solo los que mezclaban esta ideología con el nacionalismo como el PIRA irlandés y la ETA vascuence persistieron en el terrorismo.

LA NUEVA IZQUIERDA NORTEAMERICANA

En Norteamérica, a pesar de mantener una economía próspera y creciente, la década de los 60 tuvo un inicio peliagudo que se fue alargando en forma de convulsiones políticas y sociales durante toda la década y la siguiente. Fue la crisis de los misiles de Cuba en octubre de 1962, cuando la Guerra Fría a punto estuvo en devenir hecatombe nuclear, el aviso contundente a los dirigentes yanquis de la amenaza latente que suponía tener un régimen comunista aliado de la URSS a 166 kilómetros de la costa de Florida. A este acontecimiento se sumó enseguida el magnicidio de John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963 y de Martin Luther King 4 de abril de 1968. En realidad, el asesinato del carismático líder del Movimiento por los Derechos Civiles en EEUU, fue el culmen de una serie de asesinatos de líderes negros que se remonta hasta Emmett Till en 1955, Medgar Evers el 12 de junio 1963 que generó la significativa Marcha sobre Washington el 28 de agosto de 1963 y Malcolm X el 21 de febrero de 1965. La mayoría de los asesinos, apaleadores y secuestradores de líderes y activistas negros, pertenecían al Ku Klux Klan liderado por Samuel H. Bowers. La vorágine homicida contra líderes políticos culminó con el asesinato de Robert F. Kennedy el 6 de junio de 1968.

Al malestar de una parte considerable de la sociedad norteamericana por la represión y agresiones contra los movimientos por los derechos civiles, se unió el rechazo de muchos jóvenes al reclutamiento forzoso derivado de la guerra de Vietnam a partir de 1964. Bien es cierto que no todas las organizaciones que reivindicaban la igualdad de derechos eran pacifistas. Utilizaron la violencia terrorista el Partido Pantera Negra de Autodefensa y el Black Power desde 1966, mientras que el Youth International Party, cuyos partidarios eran conocidos como «yippies», lograron fama tras las manifestaciones violentas durante la Convención Nacional Demócrata del Partido Demócrata que se celebró en Chicago del 26 al 29 de agosto de 1968. Estos acontecimientos y los que siguieron, tomaron una dirección política emanada de la influencia en las universidades norteamericanas de los miembros de la Escuela de Frankfurt que se refugiaron en EEUU en 1933.

La repercusión del pensamiento posmarxista de Theodor Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse en los movimientos estudiantiles fue extraordinaria. Pero fue sin duda Marcuse, de quien se suele ocultar que fue fichado en 1943 por William “Wild Bill” Donovan, a la sazón director del Office of Strategic Services (antecesora de la CIA) como informador, quien al recorrer las universidades de Brandeis, California, Columbia, Harvard, Boston y San Diego y participar en el Institute for Social and Economic Research and Policy (ISERP) de la Universidad de Columbia, junto con la publicación en 1964 de “El hombre unidimensional”, se convirtió en el gurú ideológico de lo que se llamaría New Left (nueva izquierda en contraposición a la vieja representada por el Partido Comunista de los Estados Unidos de América). La otra gran influencia en la izquierda norteamericana, fue la propagación en la universidad de la hipótesis Sapir‑Whorf de la relatividad lingüística, hipótesis que supuso un maremágnum al mezclarse pronto con el relativismo posmoderno de la French Theory.

En “Eros y Civilización” (1953) Herbert Marcuse identifica el orden capitalista y la moral burguesa como continuadoras del arcaico patriarcado establecido a través de los medios de reproducción social y de dominación como la familia. Con «Una falta de libertad cómoda, fluida, razonable y democrática prevalece en la civilización industrial avanzada, una muestra del progreso técnico esconden una estructura totalitaria basada en la explotación del hombre por el hombre» inicia Marcuse “El hombre unidimensional”. Luego señala el camino declarando: «El objetivo de la revolución no ha de ser meramente la sustitución de la clase dominante por otra, sino el nacimiento de un hombre nuevo». Otro pensador influyente en la New Left fue el profesor de la Universidad de Columbia, Charles Wright Mills quien concluyó con la proclamación del llamado ”sustituismo” afirmando que el sujeto histórico revolucionario hacia el socialismo no es la clase obrera, sino los intelectuales revolucionarios. Claro que con un método más elaborado, el sustituismo de clase fue teorizado mucho antes por Antonio Gramsci.

¿Qué joven generoso y altruista, siempre un poco narcisista, no anhela superar las añejas miserias de sus antepasados y devenir salvador de los parias de la tierra? La organización que abrazó los señuelos del marxismo freudiano fue Students for a Democratic Society (SDS Estudiantes para una Sociedad Democrática). La SDS logró una notable implantación en las universidades norteamericanas, sin embargo, el maremágnum ideológico y la progresiva radicalización, supuso su escisión en grupos más radicales como Weather Underground, Revolutionary Youth Movement y el claramente maoísta o marxista-leninista Society Progressive Labor Party (PLP). Con la reedición ya en los 70 de la obra de Antonio Gramsci y la popularización de la French Theory posmoderna, se consolidaron en los campus universitarios yanquis los movimientos contraculturales como el «Free Speach Movement» y los movimientos feministas Women’s liberation movement, feminism lesbian self awareness en el campus de la Universidad de Míchigan y Women’s studies creado en 1969 en la Universidad de Cornell.

CONTRACULTURA, POLÍTICAS DE IDENTIDAD Y WOKENOMICS

El académico, novelista y profesor de historia de la Universidad de California, Theodore Roszak, acuñó la expresión contracultura en su ensayo “The Making of a Counter Culture” publicado en 1969. En su estudio, Roszak describe el fenómeno social como espíritu del tiempo que rebela el hartazgo de las nuevas generaciones respecto a la tecnocracia, al cientificismo y a los esquemas de relación familiar y sexual tradicionales. El papel de la “psicodelia”, sobre todo el alucinógeno LSD, en esta forma de rebeldía fue pronto justificado por el filósofo Alan Watts y los profesores de psicología de la Universidad de Harvard; Timothy Leary y Richard Alpert, como ritual e instrumento de liberación del individuo frente a la voracidad del sistema capitalista. “Cambia la mente y cambiarás el mundo” era la consigna.

Un adelantado de la psicodelia en España fue el por entonces joven marxista-leninista profesor de filosofía y derecho en la Universidad Central Complutense de Madrid, Antonio Escohotado quien, en abril de 1967 consiguió que la prestigiosa Revista de Occidente publicara un artículo suyo titulado: “Los alucinógenos y el mundo habitual” donde explicaba las positivas modificaciones perceptivas, filosóficas y culturales que implicaba el consumo de drogas alucinójenas. Condenado a dos años y un día por un delito inducido por la policía, Escohotado escribió «Historia general de las drogas» en la cárcel de Cuenca, ensayo que logra publicar en 1983 con gran escándalo por encontrarse España en pleno boom de heroína que provocó sufrimiento, delincuencia juvenil y miles de yonquis muertos.

Tras años de notables desencantos y desgracias personales, la contracultura fue desenmascarada como hedonista y generadora de un consumo de distinción social. Hippies y yuppies lo hacen por igual. El «No Logo» de la contracultural periodista canadiense Naomi Klein, significaba, como denunciaron más tarde los profesores de filosofía canadienses Joseph Heath y Andrew Potter en su famoso ensayo “Rebelarse vende: el negocio de la contracultura cambiar” (2004) un fraude. Así, Heath y Potter destrozan el mito revolucionario dominante en el pensamiento político, económico y cultural en el que se basan tanto el movimiento antiglobalización como el feminismo y el ecologismo. En su contundente denuncia explican que la supuesta rebelión contra el sistema capitalista, se transformó enseguida en un signo de diferenciación donde germinó el consumidor “rebelde” que trasmuta los barrios donde reside en guetos cool y consume las marcas trendy contraculturales acordes con la ideología de cada grupo o identidad. En último término, los contraculturales fueron el caldo de cultivo donde florecieron las políticas de identidad con el concurso de la French Theory. Fueron los posmodernistas relativistas quienes pusieron en solfa las «metanarrativas» de la cultura y la historia occidental y muchas cosas más. Así, los Lyotard, Foucault, Derrida, Lacan, Deleuze y compañía, reducen el mundo a un juego de lenguaje, difuminan los límites entre lo objetivo y lo subjetivo, la verdad y la creencia, los sexos y el género.

Sobre las premisas relativistas de la French Theory, se inician los Gender Studies, o estudios de género en la neoyorquina Universidad de Cornell, estudios que enseguida se extendieron a otras universidades norteamericanas. De ellos surgieron varias hipótesis feministas destacando la «Queer Theory» (teoría de lo extraño, de lo raro), inspirada en el placer como estrategia de empoderamiento de Michel Foucault que se popularizó en EEUU durante la década de 1990, al tiempo que se propagaba la epidemia de SIDA. Los primeros grupos activistas queer fueron Act Up y Queer Nation.

Sobre los mismos principios posmodernos, también se iniciaron en la Universidad de Detroit los African American Studies que pronto se extendieron a otros centros académicos. De ellos surgió la Teoría Crítica de la Raza (Critical Race Theory – CRT) promocionada por la profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de California, Kimberlé Crenshaw, quien también es inventora de la “interseccionalidad”. La CRT estipula que el racismo sistémico blanco es consustancial a la sociedad estadounidense y, de rebote, a occidente. Al surgir de las mismas fuentes filosóficas y sociológicas que la teoría queer, sufre de los mismos desatinos. De esta suerte, la CRT contempla la raza desde un prisma maniqueo, donde sus teóricos y activistas se dedican a clasificar a cada individuo y meterlo en uno de los dos cestos dispuestos; en el de los opresores o en el de las víctimas. Estas ideologías han infectado a toda la sociedad norteamericana, empezando por la política y continuando por la educación, el trabajo, la sanidad, el arte, la religión y la milicia. Desde la concepción de una sociedad enfrentada entre buenos y malos, las causas de que la policía de EEUU dispare (más de 1.000 disparos mortales en 2019) en una proporción 1,6 veces superior contra ciudadanos negros y mulatos que al resto de la población, se despacha con una palabra; racismo. No hay posibilidad alguna de análisis, y quien se atreva a poner en duda este axioma, corre el riesgo de ser cancelado, boicoteado, borrado como ciudadano con derechos humanos.

Paradójicamente, o no tanto como veremos luego, algunos de los primeros teóricos Queer como Judith Butler, criticaron en los años 90 las políticas de identidad, por considerar que convierten la identidad en esencia, en una verdad inmutable sobre el yo. Además, alegaron que los relatos identitarios en los cuales se basan las políticas de la identidad, aunque sean interpersonales, afirman el fetiche y el motor del capitalismo: el sujeto privatizado. No obstante, la profesora de Berkeley se desdijo luego de esta crítica a través de textos abstrusos que terminan asegurando que el género no es un hecho anatómico, sino que lo crea la palabra, por lo tanto, la identidad de uno no está ligada a su sexo biológico, sino al sentimiento que cada persona. Esta ocurrencia sin base científica ni epistémica alguna, ha conducido a la multiplicación de sentimientos de género y a la consiguiente obsesión narcisista por la autorepresentación personal. La conclusión es que hay un número infinito de géneros que la famosa sigla LGBTQ+ no puede abarcar. Si quién tiene el poder de definir el discurso tiene el poder real, habrá que reconocer que las activistas del Me Too lo bordan, sin embargo es evidente que la sobresaturación de identidades y denuncias cruzadas conforman un antropofágico escenario. Para superarlo, Williams Crenshaw creo un ardid, la mencionada “interseccionalidad” donde se solapan innumerables formas de discriminación, fruto de la confluencia de varias “identidades oprimidas” en una misma persona o grupo. Así, la interseccionalidad enlaza raza, sexo, clase, sexualidad, identidad de género, religión, estatus migratorio, capacidad física, salud mental y tamaño corporal, más subcategorías como el tono exacto de la piel, la forma del cuerpo y las identidades de género y sexualidades abstrusas, que se cuentan por centenares. Vamos que hay oprimidos a la enésima potencia.

El conjunto de teorías “interseccionalizadas”, se conoce como Teoría de la Justicia Social Crítica ((TJSC). Su implantación desde las universidades a organizaciones e instituciones públicas y privadas de EEUU y Canadá se denominó Great Awokening (Gran Despertar). Este gran despertar supone un formidable salto de toma de conciencia desde las minorías oprimidas a las clases pudientes educadas en el izquierdismo (liberals en EEUU). Los despertados más significativos son los poderosos chief executive officers (CEOs – directores ejecutivos) de corporaciones públicas y privadas, bancos y fondos financieros que se autodenominan sostenibles, un desiderátum que se vende estupendamente pues plantea «crecer de manera constante sin causar daño al planeta, aliviando la devastación provocada por el cambio climático y cerrando la brecha con los grupos más vulnerables». Semejante proeza ha sido etiquetada con las siglas ESG (Environment-Social- Good Governance: Medioambiente, Social y Buen Gobierno). Ni que decir tiene que esta etiqueta es la vitola del buen CEO que no solo mira por sus intereses, sino que se preocupa de las emisiones de gases de efecto invernadero, la preservación de la biodiversidad, de las energías renovables y la eficiencia energética, de la buena vida de sus empleados incluyendo la diversidad y la inclusión, la transparencia, cerrar todas las brechas salariales y de género, romper el techo de cristal y erradicar la discriminación por razón de género, edad, religión, orientación sexual y discapacidad. La bondad infinita hecha persona en el jefe de la gran corporación multinacional.

El 25 de mayo de 2020 el mundo fue testigo de cómo el oficial de policía del barrio de Powderhorn de Mineápolis Derek Chauvin, apoyó su rodilla en el cuello del ciudadano negro George Floyd hasta asfixiarle. El asesinato de Floyd provocó una oleada de dolor en todo el mundo con rezos masivos, estrellas del deporte y del show business, artistas e incluso grandes banqueros se arrodillaron contritos. ONGs y empresas de todo tipo divulgaron sus condolencias y prometieron aportar sus recursos para la curación del racismo. Al mismo tiempo, el grupo Black Lives Matter (BLM – Las vidas de los negros importan) organizó protestas callejeras masivas. No fueron protestas pacíficas como las del Movimiento por los Derechos Civiles de 4 décadas antes, sino análogas a los disturbios que arrasaron el centro de Detroit en 1967. Similares en violencia pero mil veces más extensas. La primera protesta violenta sucedió en Minneapolis el día después de la muerte George Floyd. Enseguida se expandieron a otras ciudades y pueblos de los EEUU. A finales de junio se contabilizaban más de 1000 tumultos que provocaron centenares de heridos por los enfrentamientos de los militantes y simpatizantes de BLM con la policía y ciudadanos disidentes, así como la destrucción de cientos de propiedades públicas y privadas.

Estos tumultos, lejos de ser condenados unánimemente por políticos, medios y organizaciones civiles y económicas, se llevaron a beneficio de inventario como si se trataran de sacrificios al Dios antirracista. Así, alrededor de 40 grandes corporaciones autoetiquetadas ESG, reafirmaron su compromiso en profundizar la diversidad, equidad e inclusión en sus empresas y donaron importantes sumas a los dirigentes de Black Lives Matter Global Foundation (BLMGF), si una fundación sin ánimo de lucro que dice dedicarse a la educación, cuando quieren decir a la agitación y propaganda para obtener sus fines: «erradicar la supremacía blanca y construir poder local para intervenir en la violencia infligida a las comunidades negras por el estado y los vigilantes».

Con estos mimbres se ha construido la “racialización” de la política y la sociedad (cultura) en los siguientes términos: tu identidad racial, sexual o de género definirá el 100% de tu existencia. Por consiguiente, eres víctima o victimario. Como con el marxismo-leninismo, no hay posibilidad de diálogo pues la dialéctica sigue siendo la oposición dominante-dominado. Además, instituye el pecado original de raza, todos los blancos son culpables de los grandes males desde que el mundo es mundo; racismo, colonialismo, capitalismo. Todos los ciudadanos de un país colonialista, aunque haga más de un siglo que ha dejado de serlo, son colonizadores y traficantes de esclavos. Todos los varones, sobre todo los blancos, son machistas y potenciales agresores de mujeres. Todos lo “no nacionalistas” son imperialistas. En “Cynical Theories” (2020) Helen Pluckrose y el matemático James A. Lindsay afirman que el wokismo es “una teoría del complot sin conspiradores individuales”. El racismo, el machismo, el occidentalismo, el colonialismo son males estructurales. Todos los blancos nacen con un pecado original (el privilegio blanco) que los define, incluso a los que luchan por los derechos civiles.

El caso es que los CEOs de gigantes multinacionales yanquis con etiqueta ESG como: Amazon, Apple, Google, Nike, McDonalds, Goldman Sachs, Microsoft y BlackRock (Los directivos de los bancos son filántropos con el dinero de sus clientes y de sus inversores), entre otros muchos, además de expresar su mea culpa por acarrear el pecado original heteropatriarcal y blanco racista, reafirmaron su determinación con la causa de la igualdad racial y la diversidad con frases redentoristas como: «El cambio en nosotros mismos ayuda a impulsar el cambio en el mundo» (Microsoft). Todas las corporaciones mencionadas y unas cuantas más, donaron a BLMGF del bolsillo de sus accionistas entre un millón y dos millones de dólares respectivamente. De esta manera, cerca de 40 corporaciones multinacionales donaron más de $90 millones a BLMGF en 2020, de los que $6 millones fueron destinados a comprar una opulenta mansión entre Los Ángeles y Hollywood de 603 m², 8 habitaciones y baños, piscina y estacionamiento para más de 20 automóviles. Por supuesto, la mansión fue adquirida por Delaware Limited Liability filial de BLMGF. Además de la mansión, el triunviro queer dirigente de BLM formado por Patrisse Cullors, Alicia Garza y Melina Abdullah, tuvo que reconocer públicamente sus formidables ingresos derivados de contratos entre BLMGF y empresas de servicios que supusieron un incremento patrimonial formidable de cada una en apenas 8 años.

Que la emancipación de los parias de la tierra empieza siempre por sus apóstoles, no debe despistarnos sobre las enseñanzas de estos sucesos, a saber, que el adoctrinamiento sistemático ejercido durante más de 6 decenios en la mayoría de facultades de humanidades en EEUU y Canadá, han logrado sus objetivos gracias a la incorporación de sus alumnos más aplicados a los puestos ejecutivos de la política y las corporaciones empresariales. En general, los CEOs de las grandes multinacionales occidentales suelen tener masters en administración de empresas (MBA), apenas hay científicos, médicos o ingenieros (Elon Musk es la excepción de la regla) entre ellos. Excelentes promotores de sí mismos, sus concienciadas y despiertas socialmente mentes, predican una moral de conveniencia con notable éxito en Norteamérica y, con algo de retraso, también en Europa. Con el “wokenomics”, la antigua responsabilidad social de la empresa se ha reconvertido en un instrumento de acumulación de riqueza y prestigio disfrazado con un manto honorable. Convertidos en bienhechores, los altos y famosos ejecutivos están dirigiendo estrategias para problemas sociales, ambientales y políticos, desde el cambio climático hasta la desigualdad racial. Y lo hacen cuan si fueran ecuaciones que deben resolver el genio de unos pocos iluminados; es decir, los Zuckerberg, Bezos, Gates, Musk, Benioff, Soros, Schwab, Al Gore, Fink, etcétera .

Parece obvio que la venia o anexión a la ideología woke por buena parte de las élites empresariales y políticas occidentales, es más oportunista que altruista. En realidad, se trata de un quid pro quo difícil de limitar quien ejerce mejor el oportunismo o el chantaje. Un fantasma recorre Norteamérica: el fantasma del wokeismo que intimida a las élites empresariales, políticas y culturales; el perder la reputación personal. Ha ganado la antidemocrática “cultura de la cancelación” basada en el boicot y el oprobio del sacrílego (public shaming). Y como ni siquiera vale el silencio, “White silence is violence”, los dirigentes empresariales sobreactúan para salvar el pellejo incluso en detrimento de los intereses de los inversores de sus empresas que son sus verdaderos propietarios. Pero a esta situación no se ha llegado sin la complicidad de unos cuantos poderosos que pretenden establecer un nuevo modelo económico y social en el mundo. «Todos los países, desde Estados Unidos hasta China, deben participar, y todas las industrias, desde el petróleo y el gas hasta la tecnología, deben transformarse. En resumen, necesitamos un «Gran Reset» del capitalismo» Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial de Davos.

DEL ANTIFRANQUISMO UNIVERSITARIO

Es público y notorio que las facultades de humanidades de las universidades públicas españolas, fueron poco a poco copadas por marxistas y/o nacionalistas. Pero la historia grande o pequeña contiene paradojas reveladoras, por ejemplo, la del grupúsculo que se erigió en efímero Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona en 1966 y redactó el “Manifiesto por una universidad democrática”. Aquel manifiesto fue apoyado por otros grupos antifranquistas universitarios y, aunque clandestino, el estilo de su redacción señalaba la autoría de Manuel Sacristán Luzón, a la sazón reconocido filósofo y teórico marxista dirigente del Partido Comunista de España (PCE) y profesor no numerario de la facultad de filosofía y letras de la Universidad de Barcelona.

Aquel manifiesto denunciaba la implantación coactiva de la ideología oficial franquista, criticaba las malas prácticas de la Universidad y proponía medidas para democratizar la institución y mejorar su rendimiento científico. Entre las propuestas, destacaba la que declaraba: «ningún cargo universitario debe ser cubierto por tiempo indeterminado». Otra sin duda innovadora propuesta era la que propugnaba la eliminación de las cátedras vitalicias, al tiempo que pedía la dignificación de los profesores no numerarios.

Llegado el PSOE de Felipe González al poder en 1982, se inició la vorágine fundadora de universidades públicas en cualquier ciudad o pueblo que el político del lugar proponía para su mayor gloria. Enseguida se fundaron a toda prisa decenas de universidades públicas, al tiempo que el gobierno convirtió en funcionarios a todos los profesores. En cualquier caso, no hubo protestas cuando los concursos de acceso a cátedras y titularidades universitarias se simplificaron, se redujo el número de miembros de los tribunales o comisiones que habían de decidirlos (de siete miembros a cinco, con lo que resultaba fácil conseguir mayorías de sólo tres votos), y se entregó la designación de dos de estas personas a la decisión de los propios departamentos universitarios afectados. El incremento de la endogamia que significaban estas disposiciones, en detrimento del mérito, se implantó como sistema en la universidad pública española. En 1984, unos pocos meses antes de morir, Manuel Sacristán Luzón fue nombrado catedrático de Metodología de las Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona.

En los inicios del Felipato, el inexorable declive de la URSS impuso planteamientos revisionistas de socialistas y comunistas en todo el mundo. En España, como en otros lugares, trataron de salvar los muebles y evitar por todos los medios certificar la defunción del marxismo al modo del falsacionismo de “La sociedad abierta y sus enemigos” de Karl Popper. Por supuesto, no se trataba de reestudiar el oscuro “Materialismo y empiriocriticismo “de Lenin sino de seguir los compases de los Radicales italianos del folclórico Marco Pannella que se adornaba con los desplantes del entonces joven y rojiverde Giovanni Negri, junto con el neomaltusianismo instalado en “Los Límites del crecimiento” por el Club de Roma, unido a la ambivalencia ideológica de los flamantes Verdes Alemanes (Die Grünen). De esta manera, se fue conformado un relato bonancible con intenciones de paradigma. Así, a la entropía la convirtieron en una nueva versión de ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia que acabaría con el consumismo compulsivo del primer mundo capitalista. El consumismo compulsivo era, ¿es? la enfermedad mortal del capitalismo, enfermedad que por entonces no tenían la URSS donde no había ni leche que consumir y de una China en la que el mañoso Deng Xiaoping iniciaba, con no pocos sobresaltos, su reforma hacia el capitalismo salvaje de partido único.

Ecologista se declaró en aquel tiempo el recién expulsado dirigente del PCE y prestigioso catedrático de economía Ramón Tamames Gómez. Menos mediático y fiel al Partido (PCE) el considerado el gran teórico marxista español, Manuel Sacristán Luzón publicó “Pacifismo, ecología y política alternativa” en 1987. Pero el Felipato, como práctica de poder sin contrapesos evitó la expansión del posmodernismo en el ámbito académico, en realidad, no hay un Lyotard español y este movimiento solo se manifestó como coartada estética, cultural y sexual que representan fenómenos banales como la movida madrileña.

DEL ANTIFRANQUISMO SOBREVENIDO AL POPULISMO WOKE

Los intelectuales universitarios españoles que se autodenominaban progresistas, es decir, marxistas más o menos leninistas enfadados con el proletariado, durante el Felipato se agarraron al clavo ardiendo de Gramsci y emprendieron la tarea de lograr la hegemonía cultural convirtiendo a las ya numerosas facultades de humanidades en centros de adoctrinamiento. Lo lograron. Por consiguiente, parece justo mencionar a los brahmanes más destacados en su empeño. Por su curiosa trayectoria ideológica considero merecedor de encabezar la distinguida lista a José Luis Sampedro Sáez seguido de Ramón Cotarelo García, Juan Ramón Capella Hernández, Montserrat Galcerán Huguet, Jaime Pastor Verdú, Antoni Domènech Figueras, Joan Subirats Humet (ministro de Universidades del Gobierno presidido por Sánchez Castejón desde 2021), Ludolfo Paramio Rodrigo, Carlos Berzosa Alonso Martínez, Carlos Taibo Arias, Heriberto Cairo Carou, Antonio García-Santesmases, Carlos Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero, Santos Miguel Ruesga Benito, David M. Rivas Infante, Andrés Arias Astray, Julio Alguacil Gómez, Jorge Fonseca Castro y Rafael Escudero Alday. Faltan tantos que sus nombres ocuparían demasiado espacio, pero cuando recuerdo a unos cuantos que traté personalmente hace ya muchos años, no acabo de entender cómo personas de trato agradable y siempre aseados, soportaban la cochambre que reinaba y reina en las facultades y los vandálicos escraches de sus alumnos a quienes no eran del mester de progresía.

Aparentemente, como sucedió en Norteamérica, el Neo Marxismo Gramsciano impartido en las aulas de humanidades de nuestras universidades públicas, no parecía tener mucha influencia social debido a la aparente consolidación de un bipartidismo imperfecto condicionado por los nacionalistas vascos y catalanes. Pero en 2008 estalló la burbuja inmobiliaria y la consiguiente depresión económica. Surgen entonces los indignados contra el sistema, aunque no fue hasta 2014 que las semillas ideológicas sembradas durante tantos años en la universidad pública española dieran cosecha en forma de partido político. Bien es cierto que en España no tuvimos un solo Lyotard afamado salvo que consideremos como tal a Pedro Almodóvar Caballero, pero la influencia de Gramsci se fue alargando hacia un populismo posmarxista de resonancias peronistas formulado por la pareja Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en “Hegemonía y estrategia socialista: hacia una política democrática radical” (1985), una propuesta abrazada con frenesí por los doctorandos, luego devenidos famosos políticos, que por aquel tiempo estudiaban en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid ubicada en el campus de Somosaguas.

La consigna «Democracia Real YA» de mayo de 2011 fue un amargo grito que expresaba el anhelo de un cambio de rumbo, mientras que «Juventud Sin Futuro» la constatación de un fracaso político y social trasformado en descrédito de la democracia liberal. Las plataformas y movimientos llamadas 15M proclamaban su apartidismo, pero bastaba con acercarse a cualquiera de las ágoras de indignados organizadas en las plazas de las ciudades españolas, sobre todo las de la Puerta del Sol madrileña y la Plaza de Cataluña barcelonesa, para comprobar que quienes dirigían la orquesta asamblearia con notable destreza y experiencia adquirida en facultades, sindicatos y partidos, eran un manojo de veteranos líderes de Izquierda Unida y los aventajados alumnos de las inefables facultades de humanidades devenidos ya profesores. Los más ardorosos se camuflaron en el “colectivo” universitario Juventud Sin Futuro. Este colectivo estaba controlado por la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) de ideología marxista que ejercía de consultora y Think Tank del «Socialismo del Siglo XXI» desarrollado por Heinz Dieterich Steffan, Michael Lebowitz y la discípula de Althusser, Marta Harnecker. Era el socialismo que estaban implantando entonces los Hugo Chávez, Lula da Silva, Rafael Correa y Evo Morales. Ya entonces la CEPS era dirigida por el núcleo que en 2014 fundó el partido Podemos. También eran fácilmente detectables las consignas del movimiento antiglobalización internacional ATTAC y el Nuevo Partido Anticapitalista capitaneado por el incombustible trotskista Olivier Besancenot.

La diferencia doctrinal del socialismo del siglo XXI respecto al soviético apenas se distingue en el detalle de no perpetrar sistemáticamente la socialización de los medios de producción (incautación por el estado), sino la implantación de un Estado Leviatán manejado por una casta dirigente, cuya legitimidad está fundada en la superioridad moral de su ideología. La estrategia para lograr la superioridad moral es la consecución de la hegemonía cultural establecida por Gramsci que al inicio del siglo XXI es aumentada con la política de identidad que en el caso de Iberoamérica combina el antitético indigenismo con el nacionalismo histórico bolivariano. Esta aberración es asumida por el Frankenstein del mester de progresía español quien ha desechado el feminismo clásico igualitarista y se ha apuntado de hoz y coz a la queer theory.

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El fulgurante ascenso a la fama de Pablo Iglesias Turrión y de rebote el partido Podemos, no se explica sin la colaboración de los medios de comunicación, sobre todo de los canales de televisión generalistas privados. El personaje apenas era conocido hasta que en 2010 comenzó a presentar el programa de tertulia política La Tuerka en Tele K. Poco después, Iglesias comenzó a colaborar con el periódico Público y apareció como analista en un programa especial de La Sexta, La Sexta Columna y en Fort Apache del canal público iraní Hispan TV. Ya afamado, Iglesias aparecía por todas las televisiones generalistas, La Sexta Noche; Las Mañanas de Cuatro y Te vas a Enterar, La Noche en 24 Horas, El Cascabel de Trece-COPE, La Lupa del Canal 10; Al Rojo Vivo, El Objetivo o Salvados, Las Mañanas de La 1 en TVE y hasta en El Gato al Agua del derechista canal de Intereconomía en 2013. De estrella mediática predicadora del igualitarismo y la eliminación de la plutocracia a diputado europeo y jefe de Podemos apenas fue un paso lógico.

Lo sucedido después con el personaje y su partido es bien conocido. Pero lo relevante de la conversión de un desconocido profesor en líder carismático es que excepto TVE, todos los canales mencionados que le promocionaron pertenecen a propietarios privados, cooperativas, instituciones religiosas y, sobre todo, grandes grupos de comunicación como Atresmedia y Mediaset. Y por si aún no queda clara la cuestión, destaco que estos grandes grupos cooperativos de comunicación, exponen a bombo y platillo en sus balances y “statements” en español e inglés su vitola ESG de compromiso social, ambiental y de buen gobierno.

Por motivos que comprenderán y por constatar además que sus platós acogieron el “ESG Spain 2020 Corporate Sustainability Forum”, elijo como referente el informe:”Estado de información no financiera consolidado 2021 de ATRESMEDIA CORP. DE MEDIOS DE COM. S.A.”. Ya en la carta del Presidente, José Creuheras Margenat, queda clara la adhesión a la corrección política ESG de la corporación: «En 2021 hemos finalizado nuestro segundo Plan Director de Responsabilidad Corporativa, llevando a cabo sus últimas acciones y estableciendo, tras él, nuevos objetivos ESG que guiarán la actuación durante 2022 y 2023. Estos primarán el refuerzo de la estrategia medioambiental, el impulso de la medición del impacto social del Grupo y el incremento en la respuesta a inversores sobre el desempeño ESG». Un desempeño ya notable antes pues en el informe queda escrito negro sobre blanco que unas decenas de millones de euros de sus accionistas han financiado campañas a favor de ONGs (sospechosamente sin especificar), a lograr para Atresmedia la ambicionada calificación B de la organización Carbon Disclosure Project (CDP) por su actuación contra el cambio climático y a la obtención del índice de sostenibilidad FTSE4Good Ibex por mejora de eficiencia energética. Asimismo, la Política General de Responsabilidad Corporativa diseñada por sus CEOs, establece proveer «un empleo de calidad gratificante, promover la igualdad, la diversidad y la conciliación, garantizar los derecho laborales, evitar la discriminación por razón de género, edad, religión, orientación sexual y discapacidad, total compromiso con la consecución de los Objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas», etcétera, etcétera.

En primer lugar, ATRESMEDIA CORP. DE MEDIOS DE COM. S.A. tiene como Objeto Social solo y exclusivamente servicios de televisión y radiodifusión. Asimismo, por ser una sociedad anónima, la ley le concede el privilegio de limitar a sus propietarios y directivos la responsabilidad frente a los acreedores, lo que pone a salvo su patrimonio personal en caso de quiebra, luego cabe preguntarse si sus directivos pueden legal y moralmente convertir la compañía en santuario difusor de una ideología concreta que no tienen por qué compartir ni sus accionistas ni sus clientes. Es más, si fuera solo Atresmedia el asunto, aunque grave, sería anecdótico, pero estamos hablando de que casi todas las empresas españolas cotizadas en bolsa y muchas más, han asumido su encuadre en el ESG. Incluso existen unos cuantos índices nacionales e internacionales que miden, sin criterios objetivos y transparencia, el grado de cumplimiento ESG de las empresas que, en el caso de España, suele estar liderado por Mercadona, seguida de Inditex, Ikea, Mapfre, Mutua Madrileña, Mahou San Miguel, Nestlé, Telefónica, Caixabank, etcétera.

Ante esta realidad, surge la inevitable pregunta: ¿Qué intereses y estrategias mueven a la miríada de altos dirigentes del capitalismo mundial a desplegar, sobre todo desde la plataforma de Davos, el llamado capitalismo stakeholder aderezado con la ideología woke? Repito entonces las contundentes palabras del fundador y presidente del Foro Económico Mundial (FEM), Klaus Schwab, cuando escribió en junio de 2020: «Todos los países, desde Estados Unidos hasta China, deben participar, y todas las industrias, desde el petróleo y el gas hasta la tecnología, deben transformarse. En resumen, necesitamos un «Gran Reset» del capitalismo».

Podemos especular, no sin motivo, que el cártel ESG-Woke es una reedición de la referida al principio de este artículo “recuperación asimiladora” del capitalismo, para neutralizar el wokeismo militante de extrema izquierda, además de una buena «herramienta de marca». Asimismo, se puede llegar a la conclusión de Vivek Ramaswamy en “Woke Inc.” (2021) estimando que la “wokenomics» es una estafa egoísta, una puesta en escena para engañar a consumidores y accionistas con dos propósitos camuflados por angelicales palabras solidarias; elevar el estatus social (moral) de los CEOs y gurús de las grandes corporaciones y camuflar, con preocupaciones éticas fingidas, el objetivo que realmente les importa: las millonarias bonificaciones que se otorgan. En definitiva un amoral matrimonio de conveniencia entre organizaciones de activistas y directivos de grandes corporaciones; un bochornoso quid pro quo. También es instructiva la conclusión del reconocido ensayista y decano de la Escuela de Negocios de la Universidad de Tecnología de Sydney, Carl Rhodes que establece que el capitalismo woke está saboteando la democracia liberal, es decir, la democracia. De hecho, entre el trampantojo construido por el cártel ESG-Woke de estructuras culturales, económicas y sociales paralelas, se puede entrever la sombra de la ambición monopolística que suele conducir al corporativismo, un corporativismo que ahora sería mundial.

Como han adivinado, la sombra del socialismo corporativo tiene una vieja y tétrica historia que se remonta a finales del siglo XIX y se impone en varios países europeos, con diferentes etiquetas, a principios del siglo XX hasta concluir en los mayores baños de sangre que registra la historia. Hoy, el paradigma de los Klaus Schwab, Al Gore, Larry Fink, Tim Cook, Reed Hastings, Satya Nadella y demás CEOs wokes se barrunta como un neofascismo economicista autoritario. No por casualidad, el fundador del Foro Económico Mundial de Davos, Klaus Schwab, decidió en 2021 que el invitado de honor fuera el dictador chino Xi Jinping. El anfitrión, Klaus Schwab, presentó a Jinping con alabanzas de esta guisa: «Tenemos que comenzar una nueva era global y contamos con usted”. Xi, fue claro, reconoció que su régimen no es «igualitario». Que confiere el poder económico y político a las élites empresariales y estatales, además de utilizar la coacción y el poder del Estado para concentrar el control de la riqueza en sus manos, por mucho que prometan redistribuirla mediante la «justicia social». Además, Jinping aseguró que la senda a seguir es un nuevo gobierno mundial en el que China tendrá un lugar predominante. «En China estamos siguiendo el camino hacia un país socialista moderno. Ahora, desempeñaremos un papel más activo para fomentar una globalización económica mundial que sea más abierta, inclusiva, equilibrada y beneficiosa para todos» manifestó poco después de ordenar apalear a los manifestantes de Hong Kong, seguir encerrando en campos de concentración a los discrepantes de Xinjiang, recluir o hacer desaparecer a quienes discrepan de la versión oficial del Covid e implantar el orwelliano sistema de crédito social, un siniestro carnet por puntos que los ciudadanos ganan o pierden en función de si cumplen las rígidas normas establecidas por el Estado Leviatán chino, dirigido por la oligarquía instalada en el Partido Comunista. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la canciller alemana, Angela Merkel y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, aplaudieron con fervor a Xi.