LA PANDEMIA HISTORICISTA

Al ser utilizado a diario consciente o inconscientemente por la inmensa mayoría de periodistas e eruditos que publican en los medios, nos hemos habituado a leer y escuchar ensayos, artículos y noticieros basados en el historicismo, una teoría que sostiene que la naturaleza de los seres humanos y de sus actos, solo se puede entender considerándolos como parte integrante del devenir de la historia, un proceso histórico continuo debido a que la historia tiene sus propias leyes. Uno de los pensadores que ha refutado esta tesis con determinación fue Karl Popper en: “La miseria del Historicismo” indicando que el historicista cree en una «ley del desarrollo histórico» y en la existencia de un patrón en la historia, e incluso de un fin, y en que su descubrimiento es la tarea central de la ciencia social. Desde esa presunción, el historicismo establece que esas leyes deben determinar la dirección de la acción política y social.

Los padres del historicismo tienen gran reputación en diferentes corrientes de pensamiento, desde Gottfried von Herder hasta Benedetto Croce, pasando por Friedrich Hegel, Karl Marx, Wilhelm Dilthey, etc. Quizá la frase más rotunda y que mejor sintetiza el historicismo sea la firmada por Wilhelm Dilthey: “Lo que el hombre es lo experimenta solo a través de su historia”. Por supuesto los principios del materialismo dialéctico en que se basa el materialismo histórico marxista, contienen los rasgos historicistas de predeterminación del destino del hombre ordenado por un proceso histórico. Y aunque los padres del historicismo y sus seguidores suelen alinearse en ideologías redentoristas, otras corrientes antitéticas como el positivismo con su búsqueda de leyes generales reguladoras del devenir social y varias ramas del liberalismo como el neoliberalismo (consenso de Washington) siguen pautas historicistas. Es el caso de Francis Fukuyama con su afamada teoría del Fin de Historia cuando establece: “la Historia entendida como un único y coherente proceso evolutivo”.

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Las tópicas frases hechas que oímos o leemos a menudo como: «los mercados libres conducen al desarrollo democrático«, o «el socialismo es inevitable debido a la ineludible crisis final del capitalismo«, contienen un determinismo historicista claro. Al profundizar en estos rasgos historicistas, el historiador Timothy Snyder los ha sintetizado con dos conceptos interpuestos: política de la eternidad y política de la inevitabilidad. Así, el relato de la eternidad es, además, identitario y maniqueo. Trata de nosotros/los puros contra ellos/los malos, y el éxito de los primeros pasa por la eliminación física o política de los segundos. Lo importante son los roles inmutables atribuidos por el autor del relato, y a partir de ahí lo relevante no es lo que uno hace, sino lo que uno es según el papel asignado. En consecuencia, desaparece la objetividad. Los hechos ya no son valorados por lo que son, sino en función de sus autores: un mismo hecho es bueno si lo hacemos “nosotros”, y malo si lo hacen “ellos”.

Con la inevitabilidad, las ideologías apoyadas en el historicismo presentan el triunfo de sus ideas como predestinado y fin y final de la historia. A menudo, los políticos de la inevitabilidad retratan la historia como un viaje del salvajismo a la civilización y asumen que esta tendencia continuará hasta el resultado deseado. Así, Marx entendía que la sociedad había cambiado entre varios modos de producción, desde los cazadores-recolectores neolíticos, la esclavitud antigua, la servidumbre feudal y luego el capitalismo, y que estos modos de producción dictaban cómo operaban las sociedades y, en última instancia, sus contradicciones (dialéctica) conducían al siguiente modo. Marx argumentó que la historia era, en esencia, una lucha de clases y que esta lucha definía su recorrido. Por lo tanto, la victoria del proletariado sobre la burguesía era ineludible como consecución de la dialéctica histórica. En el período moderno, postuló Marx, la lucha entre la burguesía y el proletariado conduciría al colapso del capitalismo y al triunfo del socialismo. Como indica el Manifiesto Comunista: «Hasta ahora, toda forma de sociedad se ha basado, como ya hemos visto, en el antagonismo de las clases opresoras y oprimidas… El desarrollo de la Industria Moderna, por lo tanto, corta bajo sus pies la base misma sobre la cual la burguesía produce y se apropia de los productos. Lo que produce, pues, la burguesía, sobre todo, son sus propios sepultureros. Su caída y la victoria del proletariado son igualmente inevitables». Este determinismo historicista ha impulsado e impulsa tácticas, estrategias y acciones despiadadas por parte de sus creyentes. Así, durante los procesos revolucionarios y sus consolidaciones como regímenes en Rusia, China y otros países, los dirigentes marxistas-leninistas-populistas cometieron y cometen atrocidades con impunidad, ya que todo lo que hicieron y hacen, es al servicio de la justa e inevitable revolución mundial, tal y como dicta el dogma.

LA INEVITABILIDAD DE LOS HISTORICISTAS “LIBERALES”

Según el canon histórico liberal, gracias a los grandes pensadores que desarrollaron los conceptos de libertades universales y derechos de propiedad, se desarrollaron las instituciones de los Países Bajos, Inglaterra y Estados Unidos logrando con ello adoptar las formas de gobierno más óptimas y democráticas. Con esta tesitura, el relato de los Fukuyama aseguraron que el comunismo y el fascismo fracasaron porque no tomaron en cuenta el anhelo innato de libertad dentro de todas las personas. Además, muchos liberales del siglo XX creían que el capitalismo combinado con la democracia proporcionaría el equilibrio perfecto para la gobernabilidad y, en consecuencia, se arraigaría en todos los países en donde se estableciera la propiedad privada y el mercado libre. Sobre esta inevitabilidad, cuando se derrumbó la Unión Soviética los liberales historicistas concluyeron que el liberalismo ya era dominante y que había llegado el «fin de la historia«. Los últimos vestigios del comunismo, en China, caerían con el desarrollo de mercados abiertos, puesto que la emergente clase media china exigiría reformas políticas liberadoras y democráticas, por lo que la democracia capitalista liberal reinaría en el mundo per in sæcula sæculorum amen.

Ante estas derivas historicistas neoliberales Snyder es categórico: «Los traumas aparentemente lejanos del fascismo, el nazismo y el comunismo parecían estar retrocediendo hasta volverse insignificantes. Nos permitimos el lujo de aceptar la política de la inevitabilidad, la sensación de que la historia solo podía avanzar en una dirección: hacia la democracia liberal. Entre 1989 y 1991, cuando tocó a su fin el comunismo en Europa oriental, nos tragamos el mito de un «final de la historia». Al hacerlo, bajamos las defensas, limitamos nuestra imaginación, y dejamos la puerta abierta justamente al tipo de regímenes que nos decíamos que no podrían volver jamás».

Trascurridos más de tres decenios de los augurios del fin de la historia y el “inevitable” reinado del liberalismo en todo el orbe, somos testigos que en vez de avanzar hacia esa meta estamos retrocediendo. La degradación de las libertades al socaire de las doctrinas woke en occidente, el fracaso de la llamada primavera árabe, la propagación del terrorismo islamista, la radicalización de la dictadura del Partido Comunista en China y el ascenso del populismo en general, a veces revestido de redentorista y otras de nacionalista, son hechos peliagudos. Por si faltaba poco para nublar el presente y el futuro de la humanidad, los principios liberales del capitalismo están siendo arrasados por el capitalismo woke que no es otra cosa que en un juego de monopolio. Juego que conduce a un corporativismo apoyado por la mayoría de los estados occidentales y otros organismos internacionales como Naciones Unidas, con el fin de lograr la cancelación de los insumisos e imponer un orden corporativo mundial. No hace falta ser muy perspicaz para no ver esta estrategia global, basta leer las agendas de desarrollo sostenible o el ODS 13 Acción por el clima o, mejor aún, al imperioso el fundador y presidente del Foro Económico Mundial (FEM), Klaus Schwab en junio de 2020: «Todos los países, desde Estados Unidos hasta China, deben participar, y todas las industrias, desde el petróleo y el gas hasta la tecnología, deben transformarse. En resumen, necesitamos un «Gran Reset» del capitalismo».

ETERNIDAD Y VICTIMISMO

Establecidos en la incertidumbre hacia el futuro, triunfa la política de la eternidad donde un grupo o nación se coloca en el centro del victimismo histórico colectivo y perpetuo. Para los predicadores nacionalistas y xenófobos que han optado por la política de la eternidad, su eterna nación está bajo el constante ataque de los forasteros, por lo que no hay otra alternativa que expulsar o eliminar a los extranjeros o traidores y establecer un férreo Estado nacional.

Donde la política de la eternidad victimista se exhibe ahora, con la contundencia sofista de la engrasada por años de experiencia soviética de la agitprop, el relato del gobierno ruso sobre su invasión a Ucrania. Es Vladimir Putin quien afirma que Occidente ha intentado durante milenios penetrar en Rusia: imponer la cultura occidental, las instituciones occidentales y la moral occidental en el estado ruso. Rusia, como un «Estado inocente«, simplemente ha buscado protegerse a sí mismo y a sus «estados hermanos pequeños» como Ucrania, de la dominación occidental. Así, Rusia se defiende del decadente liberalismo occidental, de su ateísmo y de la degradación de la familia. En 2014, Putin justificó la ocupación del Donbás y la anexión de Crimea manu militari con el argumento, también usado por los nazis para anexionarse los Sudetes y Austria, de proteger a los rusoparlantes, cuyos derechos estaban siendo atacados. La invasión de Ucrania en 2022 actualizó ese relato: se estaba produciendo un genocidio contra la población rusa en Ucrania y había que acudir a su rescate y derrocar al Gobierno neonazi de Zelenski. Ese supuesto genocidio, por supuesto, no iba a limitarse a Ucrania: era el pueblo ruso, el russkiy mir, el que estaba en peligro. El ataque a Ucrania era preventivo. «Lo que está ocurriendo en Ucrania es una tragedia, de eso no hay duda. Pero no teníamos elección. Era cuestión de tiempo que se produjera un ataque contra Rusia», dijo Putin en abril de 2022. Este discurso victimista oculta la ambición derivada del decimonónico paneslavismo, donde la «gran nación rusa» compuesta exclusivamente por los eslavos, tiene el deber y el derecho de unificarlos y establecer el Russkiy mir en Europa y Asia bajo las égidas de autocracia y ortodoxia.

 

La tesis de la agresión occidental es asumida por muchos ciudadanos occidentales. Y lo hacen desdeñando muchos datos históricos relevantes, por ejemplo: el Pacto Mólotov-Ribbentrop y la consiguiente invasión del este de Polonia por la URSS en septiembre de 1939 mientras los nazis tomaban el oeste. Tampoco dan importancia a la ocupación soviética de los países bálticos a mediados de junio de 1940, el frustrado intento de quedarse con Finlandia invadiéndola a sangre y fuego en diciembre de 1939, invasión que recuerda la actual en Ucrania. Olvidan también el dato de la enorme ayuda norteamericana a la URSS de Stalin sin la que los habitantes de la URSS habrían sufrido aún más el zarpazo nazi, mientras pasan por alto como la URSS se apropió de la Europa oriental incumpliendo los compromisos de la Conferencia de Yalta. Pero menos justificable si cabe es esquivar la dominación colonialista y con bota militar encima de las naciones de Europa oriental demostrada por la invasión sangrienta que aplasto la insurrección de los húngaros en 1956, junto con la invasión bestial de Checoslovaquia con 2.000 tanques soviéticos y cientos de miles de soldados que acabaron con la heroica Primavera de Praga en agosto de 1968.

Si estos datos no ponen en duda la eternidad victimista del relato putinesco, al menos deberían templar las acusaciones de quienes en occidente culpan a Estados Unidos de la Guerra Fría, acusan a las administraciones de Reagan y H. W. Bush de dividir el Pacto de Varsovia y de traición a lo pactado con Rusia, tras el hundimiento de la URSS, por parte de los sucesivos presidentes estadounidenses y dirigentes de la Unión Europea ampliando la OTAN y la UE y enganchando a los países del este de Europa fronterizos con Rusia. Además, alineándose con el relato de la eternidad rusa, los rusófilos occidentales consideran que Occidente simplemente está repitiendo su táctica centenaria para atacar los valores rusos y la grandeza de Rusia, aludiendo a la Guerra de Crimea y la I Guerra Mundial. De este modo compran acríticamente el relato victimista de Putin expresado claramente en su discurso de año nuevo de 2023: «El futuro de Rusia es lo que más importa. Defender nuestra Patria es el deber sagrado que tenemos con nuestros antepasados y descendientes. La verdad moral e histórica está de nuestro lado. Occidente nos mintió sobre la paz mientras se preparaba para la agresión, y hoy ya no dudan en admitirlo abiertamente y utilizar cínicamente a Ucrania y su pueblo como un medio para debilitar y dividir a Rusia. Nunca hemos permitido que nadie haga esto y no lo permitiremos ahora».

Menos mal que la política de la eternidad comete el mismo error que la política de la inevitabilidad, al eliminar la dinámica iniciativa de individuos y movimientos con motivaciones y estrategias propias. Si recorriendo los acontecimientos históricos desde inicio del siglo XX, resulta palmario comprender los motivos de los polacos para pedir la entrada en la UE y en la OTAN, tampoco es complicado comprender el sentimiento pro-occidental de los ucranianos expresado en la Revolución de la Dignidad, si recordamos, por ejemplo, el Holodomor.

LIBERTAD Y RACIOCINIO

El determinismo historicista expresado en la inevitabilidad y en la eternidad, cancela cualquier desarrollo de la conciencia política y social de los individuos y las sociedades, cuando es ese desarrollo el que concreta la historia. Predecir las evoluciones de las sociedades es labor de arúspice más que de científicos. Se puede utilizar las ciencias para encauzar políticas y economías, se puede usar, con la debida prudencia y no con métodos Tezanos, encuestas y datos estadísticos para evaluar tendencias. Lo que es falaz y contrario a la experiencia milenaria, además de acientífico, es crear una única narrativa coherente sobre el pasado histórico, el presente político y el futuro prospectivo por el simple hecho de que los seres humanos no tienen omnisciencia. No podemos aislar a los individuos y comunidades que dan forma al desarrollo histórico. No podemos agregar la historia, y no debemos intentarlo.

La faceta más peligrosa de la política de la eternidad y la política de la inevitabilidad no es la simplificación excesiva de la historia que encarnan, sino las implicaciones sociales que imponen. La crisis actual de las democracias capitalistas liberales tiene varias causas, destaca, sin embargo, la alianza entre burócratas y oligarcas para restaurar un corporativismo oligopolista mundial, donde el wokeismo sea el soma narcotizante que entretenga a las masas, lo que supondría la aniquilación de las “eternas” premisas e instituciones liberales. Por el contrario, los epígonos posmodernos marxistas continúan con neologismos rebuscados justificando la cancelación de insumisos, la privación de derechos y la aniquilación del enemigo en nombre de una revolución mundial inevitable que nunca llegará. Para los nacionalistas significa una lucha paranoica constante por el dominio contra sus vecinos y renegados, sin importar el costo.

Finalmente, estas narrativas historicistas debilitan la capacidad del individuo para hacer un cambio junto con su comunidad. Niegan uno de los factores más fundamentales del desarrollo histórico: que los individuos, las instituciones y los grupos de interés pueden y deben impulsar el “progreso”. Las ideas historicistas, como dice Timothy Snyder, nos ponen en un “coma intelectual”. Al negar el historicismo, no debemos negar que el progreso es posible, sino que debemos aceptar que el progreso no está predeterminado y depende de todos nosotros como participantes activos para hacer historia de verdad.

Referencias:

La miseria del Historicismo. Karl Popper

El camino hacia la no libertad. Rusia, Europa America. Timothy Snyder

Manifiesto Comunista. Karl Marx y Friedrich Engels

Vladimir Putin’s politics of eternity. Timothy Snyder en The Guardian

Woke, Inc.: Inside Corporate America’s Social Justice Scam. Vivek Ramaswamy