Autor: Iñaki Arteta
Fecha de publicación original: 20 de octubre de 2021.
Fue gracias a la información proporcionada por el amigo Luis Miguel Medina que acudí el pasado 23 de junio al Ateneo de Madrid, para escuchar la presentación de “Historia de un vasco. Cartas contra el olvido» escrito por Iñaki Arteta con la participación de, además del autor, Fernando Savater y Mariano José Herrador. Con la sala llena, los presentadores disertaron sobre aquellos años de plomo que en Vascongadas fueron aún más terribles para aquellos que no comulgaban con el nacionalismo, o eran del bando odiado; los españoles, por los nacionalistas supremacistas. Con afable sencillez, Iñaki Arteta nos reveló que, mientras que nunca dudó de aportar su testimonio sobre aquella espeluznante época a través de sus cortometrajes, documentales y guiones de largometrajes, nunca pensó en hacerlo a través de un libro. Fue la editora quien le animó y, tras la experiencia, reveló que no descartaba ampliar su testimonio y reflexiones en un segundo libro.
Reconozco que al iniciar la lectura del libro, el formato escogido por Arteta para contar “del joven que fue al joven actual” sus experiencias vitales, en el contexto que arranca en las vascongadas de finales del franquismo, redactadas desde el tuteo compadre, no me ayudaba a la lectura cómplice que anhelaba. Sin embargo, cuando en el capítulo 4º aborda, sin remilgos ni concesiones, el atroz papel de la religión y la Iglesia vasca como fundadora y cómplice del terrorismo etarra, convine que Arteta daba en el clavo con su formato, al intentar la búsqueda de la verdad histórica mediante un lenguaje distendido dirigido a los jóvenes. Sin decirlo expresamente, Arteta expone la verdad: sin la activísima participación de la inmensa mayoría de curas, frailes y prelados de la Iglesia vasca, ETA hubiera sido un grupúsculo nacional-socialista con una existencia parecida al FRAP o, como mucho, al GRAPO.
La evidencia del contubernio Iglesia y PNV para que ETA “moviera el nogal”, asesinara, amenazara y extorsionara, para que la élite de la nación inventada que reclama una patria que nunca ha existido, una raza superior pura y una afrenta que nunca se dio, obtenga un poder absoluto recogiendo las nueces en forma de dinero contante y sonante y privilegios mil, está claramente establecida con miles de datos y pruebas. Arteta expone unos cuantos datos contundentes de este contubernio y si bien no menciona expresamente a los “comandos alzacuellos” de ETA, aquellos elementos que sin un ápice de compasión, asesinaron por la espalda, colocaron bombas en los bajos de un coche, en un centro comercial atestado de gente o en un cuartel-vivienda, si nos recuerda al cura de Salvatierra que colaboró en el asesinato de 3 guardias civiles y menciona que conoció personalmente a un cura que asesinó a una persona.
No fueron unos pocos curas y frailes, todo lo contrario, fueron muchos quienes militaron o colaboraron con la banda terrorista, no pocos fueron dirigentes y sicarios. Algunos memorablemente sanguinarios como el monje benedictino Eustaquio Mendizábal, alias Txikia, muerto en un sangriento tiroteo metralleta en mano. Tampoco fueron santos sino homicidas el vicario de Bilbao, José Ángel Ubieta, el cura Fernando Arburúa Iparraguirre, alias Igueldo, un tipo que ejercía de sacerdote en la parroquia donostiarra de San José Obrero, mientras dirigía el “comando” Txirritia. Ocurrió que la mañana de enero de 1979 Arburúa sacó la pistola del cajón de la sacristía y se fue con sus cómplices al bar Harrería de Irún donde descargó, a quemarropa, la parabellum en el rostro del guardia civil jubilado Félix de Diego. Sin singularizar tanto, Arteta expone claramente la crueldad de los clérigos y obispos que se negaron a oficiar funerales de los asesinados, o los despacharan en pocos minutos de un modo indecente y cuasi clandestino.
No es fácil reconocer que uno estuvo a punto de cruzar la raya hacia el abismo. Mucho más valiente y sagaz es deshacerse de las inercias del entorno familiar y cultural, de la comodidad de seguir la corriente y acoplarse con un sueldo considerable y un trabajo seguro, gracias a la agencia de colocación de élites y subalternos llamada Partido Nacionalista Vasco. Que esa comodidad, que esas nueces, exigieran la banalización del mal, es, según Arteta, la gran losa moral que la mayoría de la sociedad vasca pretende olvidar. Su diagnóstico es tajante; «Ese nacionalismo que algunos graduaban (y aún hoy gradúan) de más o menos moderado para salvar los muebles de muchos consiste en un narcisismo autocontemplativo, una enfermedad mental peligrosa de vanidad y de egoísmo sin límites, capaz de desfigurar las relaciones más íntimas, familiares incluidas, y afear los rasgos de la nación que dicen defender hasta hacerla odiosa a ojos de los no adeptos».
«A aquellos que dicen que el terrorismo lo venció la sociedad vasca yo les digo que el terrorismo habría durado quinientos años de haber sido por la sociedad vasca en su conjunto. Hubo valientes, claro, pero en la misma cantidad que en cualquier otra situación extrema: pocos. Siempre hay pocos valientes. El terrorismo terminó porque se les aconsejó cerrar «la empresa» para abrir otra con nombre diferente. Una mano de pintura blanca para seguir vendiendo el mismo producto».
Y ese producto, el nacionalismo supremacista, sigue secuestrando emocionalmente a la sociedad vasca desde un poder hegemónico incontestable, ahora más poderoso que nunca, gracias a su contubernio con el Gobierno de España, un gobierno capaz de pactar con los herederos directos de ETA; EH Bildu, que ETA fue víctima de España hasta 1983, año en que la banda terrorista, desde 1968, ostentaba el record de haber asesinado a 417 personas. La canallada que se perpetra con un descaro inconcebible ahora mismo, es mucho más que un lavado de cara, es un pacto entre PSOE, Podemos y EH Bildu para reescribir la historia e imponer la justificación de los crímenes de ETA, mediante el victimismo de la opresión española a las Vascongadas. Así, perpetrarán esta infamia, a través de la historia oficial del Estado establecida por una ley arbitraria y dictatorial de memoria democrática. Ante esta lamentable situación, testimonios y reflexiones como la de Iñaki Arteta son imprescindibles hasta para respirar.
Para respirar con dignidad … exacto .
El país de asco , bien escrito; de asco , y su sociedad civil , al fin después de muchos muertos propios y de cercanía , al fin , repito , al fin, se decidieron a dar la cara y ser el país Vasco . Pero también estos ciudadanos bizcos o desmemoriados , tardaron demasiado en poner fin a esta situación . Lo siento , pero es verdad. Que cada cuál, haga su reflexión . Chus g Ojosnegros