EL HETEROPATRIARCADO POSCOMUNISTA

Escribir sobre las maquinaciones y tramoyas que se perpetran en los despachos gubernamentales y anexos mediáticos, con la que nos está cayendo a los españoles, parece una banalidad si no fuera porque el duunvirato Sánchez-Iglesias adoptó, desde el principio de la pandemia hace ya un año, «la guerra de trincheras de los tiempos modernos» contra quien no se pliegue a sus mandatos. Con el estado de excepción como venablo, el gobierno de lo que queda de España, conformado por quienes la cuestionan como nación y sustentado por quienes la quieren desmembrar o destruir, se dedica a imponer leyes ideologizadas y contubernios desbaratadores impasible el ademán ante los datos de la brutal crisis sanitaria/humanitaria, económica y social. Obviamente, son conscientes de los destrozos que están causando, pero confían que atrapando y manejando a su antojo el maná europeo, lograrán perpetuarse reinando en el clientelismo mesocrático. Un patronazgo que teje la tela de araña de lealtades al gobierno de un Estado cada día más orondo, ineficaz, costoso e inerme.

La patética representación de jueguitos de tronos rodeados de muertos, desempleados, arruinados, desahuciados y millones y millones de damnificados, al tiempo que se barrunta un futuro plagado de siniestras incertidumbres, es la prueba inequívoca de las derivas de unos políticos púberos que han enfangado a la sociedad con sus alucinaciones sectarias. Al punto que, con sus ensoñaciones populistas poscomunistas inspiradas en la Escuela de Essex, han infectado la sociedad de emocionalidad, sentimentalismo, simpleza y maniqueísmo.

Mientras que la tesis doctoral de Sánchez Castejón parece un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, las de Íñigo Errejón Galván y Pablo Iglesias Turrión se basan en el postmarxismo populista de los encumbrados predicadores de la Escuela de Essex: Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Lejos de las profundas indagaciones filosófico-economicistas de Marx, las especulaciones de Laclau y Mouffe se circunscriben en la conquista del poder mediante un arreglillo de la “hegemonía” gramsciana sazonada con peronismo montonero ligero. El truco, según la tesis doctoral de Iglesias Turrión, consiste en ir abrazando, como oso famélico, «movimientos sociales globales: antisistémicos, múltiples y postnacionales como sustitutivo de la clase social y motor del cambio social que han desarrollado sus teorías concretas». Esos movimientos “significantes vacíos y flotantes” de atribulados, son amontonados en un contrato identitario conformado por los míos y las mías, hasta lograr cristalizarlos en un bloque de víctimas acaudilladas por el líder carismático.

El capitalismo, por muy globalizado y mal absoluto que se le otorgue, no es suficientemente virulento para asentar la farsa. Así, las diferentes reivindicaciones de cada movimiento identitario de víctimas, de colonizados, de géneros y trans varios, de nacionalistas, indigenistas, ecologistas y animalistas sin fronteras contra la globalización, guiados por la superioridad moral altiva, pancartista, faltona, acusica y estridente, con una larga cambiada estalinista patentó el trampantojo llamado heteropatriarcado. Entonces, el programa del amado líder establece que; para librar a cada tribu identitaria del conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno llamado heteropatriarcado, es necesario implantar un Estado patrón en cada cultura, nación o estirpe, hasta lograr hacer del mundo una guardería en donde no falte el homicidio a petición del desesperado dolorido, suministrado por la sanidad pública única y verdadera.

En este contexto, que el patriarca rabadán de tribus disparejas situadas en posiciones disímiles sobreactúe colmado de egolatría y belicosidad, es de una lógica aplastante. A él no se le aplica la policía moral del Me Too, ni se le señala y culpa sin juicio. Es él quien señala y condena, quien desdeña su responsabilidad por la hecatombe en las residencias de ancianos, quien se otorga la potestad de designar herederos o proclamarse candidato del lugar que mejor le convenga y plazca.

En fin, recordemos que la historia está llena de iluminados voluntaristas del ¡sí se puede! que destrozaron la vida de muchos de nuestros antepasados. Impedir que la historia se repita, como tragedia o como farsa, es una obligación democrática.

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EL HETEROPATRIARCADO POSCOMUNISTA

Por Pablo Rojo Pablo time to read: 3 min
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