De la violencia contra la mujer

31/12/2022.

Acabando 2022 nos encontramos con los terribles datos de una lacra social vergonzosa, la violencia contra la mujer por parte de abusadores y asesinos. Además de cientos de agresiones sexuales a mujeres y niños de ambos sexos, durante 2022 en España han sido asesinadas 49 mujeres. No menos alarmante son los datos de violencia en las relaciones entre menores de 18 años que en 2021 llegaron a 661, lo que supuso un 28,6% más que en el año anterior. Según los datos de este año, las denuncias por violencia de género y agresión sexual en los juzgados españoles han aumentado cerca del 10% con respecto a 2021. Estos espeluznantes datos son una constante durante lo que llevamos de siglo. Además de mujeres, fueron asesinados decenas de niños y quedaron huérfanos otros tantos.

Empecemos recordando que desde el 2004 España cuenta con la Ley Orgánica 1/2004, de medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, la Ley Orgánica 3/2007, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, la Ley Orgánica 10/2022, de garantía integral de la libertad sexual, el Código de Violencia de Género y Doméstica, el Pacto de Estado contra la Violencia de Género así como otras leyes similares en cada una de las 17 autonomías. Todas estas leyes, códigos, pactos y reglamentos, están inspirados por la ideología género que considera a los hombres como perpetradores y a las mujeres como víctimas. En ningún caso se contabiliza oficialmente como violencia de género cuando la mujer agrede al hombre.

El Ministerio de Igualdad fue creado en 2008 por José Luis Rodríguez Zapatero, quien luego lo integró como Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad. En 2020 el departamento de Igualdad fue desvinculado de la Vicepresidencia del Gobierno, para convertirse de nuevo en Ministerio de Igualdad regido por Irene Montero, asistida por la secretaria de Estado de Igualdad Noelia Vera. Mediante el Real Decreto 455/2020, de 10 de marzo se estructuró orgánicamente el Ministerio de Igualdad, estableciendo la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género con rango de Dirección General dirigido por Victoria Rosell. Dependen de la Delegación del Gobierno, con nivel orgánico de subdirección general, la Subdirección General de Sensibilización, Prevención y Estudios de la Violencia de Género, la secretaría del Observatorio Estatal de la Violencia sobre la Mujer, la Subdirección General de Coordinación Interinstitucional en Violencia de Género, las Unidades de Coordinación contra la Violencia sobre la Mujer y las Unidades de Violencia sobre la Mujer.

Al socaire de las mencionadas leyes, regulaciones y organismos, se establecieron otras instituciones públicas y privadas (asociaciones mayoritariamente subvencionadas por el erario) con programas contra la violencia de género y ayudas a las víctimas. Destacan, entre otras instituciones y organismos, el Instituto de la Mujer, el Instituto de la Juventud, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, los observatorios autonómicos de violencia de género, las redes de atención integral para la violencia de género, las Unidades de Atención a la Familia y Mujer de la Policía Nacional, etcétera. De este frondoso árbol institucional han florecido expertas en violencia de género en los distintos campos; desde abogadas, juezas, fiscalas, psicólogas, trabajadoras sociales, periodistas y sociólogas.

Desde el tronco hasta la última de las ramas del árbol institucional mencionado, se reivindican que las medidas de protección integral tienen como finalidad prevenir, sancionar y erradicar esta violencia y prestar asistencia a las mujeres, a sus hijos menores y a los menores sujetos a su tutela o guarda y custodia, víctimas directas de esta violencia.

Ante los aterradores datos de agresiones y crímenes surge la obvia pregunta ¿Por qué este formidable aparato estatal, que supone un enorme esfuerzo de recursos de todo tipo, ha sido incapaz de reducir, tras tantos años, la violencia contra la mujer? Y no solo no la ha reducido sino que los datos muestran el aumento de la violencia en las relaciones entre los jóvenes. La respuesta que ahora nos ofrece el gobierno y sus medios es «Más educación contra el machismo y nunca difundir discursos que niegan la violencia de género». Acabáramos, educación para la ciudadanía correcta y censura a lo políticamente incorrecto.

La contumacia de los ideólogos que conforman el gobierno español es palmaria puesto que no aprecian traspié alguno ni daño a la convivencia en las “discriminaciones positivas” derivadas de la ideología de género impuestas en todas las aludidas leyes y reglamentos, en detrimento de la igualdad establecida en el Artículo 14 de la Constitución española aún vigente: “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Esta cerrazón ideológica, les lleva directamente a la siguiente pirueta cuando apelan a la educación como otro bálsamo de fierabrás para erradicar la violencia contra la mujer. Y lo hacen con un desparpajo vergonzoso sabiendo de sobra el constante incremento de la violencia en las relaciones de pareja tras 8 leyes educativas en España desde 1980, de la LOECE a la LOMLOE, 15 años de Educación para la Ciudadanía, cinco con semáforos y buzones de Correos unisex e innumerables tesis, masters y conferencias.

Ante los hechos, ante la cruda realidad de unas relaciones afectivas entre hombre y mujer equívocas, sobradas de hedonismo y exclusivismo que generan conflictos que derivan demasiadas veces en violencia, es imprescindible verificar porqué, a pesar del enorme intervencionismo del Estado, los conflictos y la violencia entre parejas lejos de disminuir, aumentan. Enseguida, nos encontramos frente a la ideología de género o teoría queer. Para empezar, como el marxismo hizo con las clases sociales, la queer divide al ser humano en dos dimensiones; cosa pensante y sustancia extensa frente a autoconciencia y corporeidad. Por ello, la especie humana en su conjunto es dividida entre “seres humanos en sentido biológico” y “personas”. Ambas separaciones explican la aceptación acrítica de conceptos tan difusamente delineados como: “identidad autopercibida” y “sexo psicológico”, protagonistas en la formulación teórica de la ideología de género. Estas elucubraciones han fructificado en las sociedades occidentales democráticas donde, tras décadas de opulencia, se ha maximizado el hedonista placer individual; la censura a todo límite moral o institucional impuesto al deseo de satisfacción individual y la brutalidad frente a todo cuanto se opone a la realización de las pretensiones individuales. La razón biológica y la ética impugna el concepto queer, mostrando que el tratamiento hormonal y la cirugía no operan un “cambio substancial” en el individuo, sino tan sólo movimientos accidentales. Que el sujeto permanezca siendo el mismo, aunque su cuerpo se transforme radicalmente, explica el alto grado de insatisfacción entre las personas reasignadas. Tanto “quiénes somos” como “lo que somos”, constituye un dato objetivo y objetivable mucho antes de ser percibido por nuestra conciencia. Entender al ser humano como autoconciencia hace que desaparezca la realidad. La autoconciencia no aporta necesariamente una información veraz sobre nosotros mismos sino que siempre es matizada por la mirada ajena.

Deducir de lo antedicho y de la información disponible que la ideología de género o teoría queer es una doctrina de teología turbada que, sin embargo, ha reinventado el infierno trentino en la tierra para condenar “cancelar de la faz de la tierra” a heteropatriarcales y otros infieles a través de autos sacramentales y fetuas mil, es de una lógica aplastante. Por consiguiente, se trata de un credo antidemocrático que pone su epicentro en la subjetividad, pretende una construcción arbitraria de la identidad sexual ajena a los factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales de la naturaleza humana, e intenta imponer una sociedad radicalmente separada de la búsqueda de la verdad dentro de la naturaleza. No debe, por tanto, formar parte del currículo escolar ni ser base de legislación alguna.

NARCISISMO: LA PANDEMIA DE LAS SOCIEDADES OCCIDENTALES

UNA PSICOPATÍA

25/06/2022

Para la psiquiatría, el narcisismo, explicitado por primera vez por el médico británico Havelock Ellis en 1898, es un trastorno mental de la personalidad puesto que las personas que lo padecen tienen un sentido desmesurado de su propia importancia, una necesidad profunda de atención excesiva y admiración, relaciones conflictivas y una carencia de compasión por los demás. Además, detrás de una máscara de seguridad extrema, en el narcisista hay una autoestima frágil que es vulnerable a la crítica más leve. En verdad, el Trastorno de Personalidad Narcisista es una psicopatía, en la que hay una serie de factores que ponen en peligro a los individuos que socializan con las personas que padecen este trastorno.

También se ha establecido clínicamente que en el narcisismo conviven varios rasgos y polaridades. La omnipotencia, la impotencia y la prepotencia. La omnipotencia es el lado inflado, la grandiosidad que, a menudo, va acompañada de desvalorización de otros. La impotencia (si no soy magnífico, soy basura) se manifiesta con frecuencia como un niño perdido, carente, miedoso, que siente envidia, vergüenza y rabia. La grandiosidad ayuda al narcisista a evitar darse cuenta del estado de impotencia. El narcisista sale de este estado de falta de fe a través de la prepotencia. Esconde su vulnerabilidad mintiendo y falseando la realidad a través de su propia imagen, o bien mediante la rabia, o bien por medio de la agresividad inhibe la tristeza y el miedo, porque su expresión le hace sentirse vulnerable. La negación de la tristeza y el miedo le permite al narcisista proyectar una prepotente imagen de fuerza, de independencia y valor, así es como esconde su vulnerabilidad, tanto ante sí mismo, como ante los demás.

En 2010, en EEUU se produjo un revuelo notable cuando la doctora y profesora de psicología en la Universidad Estatal de San Diego, Jean Twenge, publicó “The Narcissism Epidemic: Living in the Age of Entitlement”. Se trata de un amplio estudio sicológico comparativo sobre el comportamiento de los estudiantes universitarios estadounidenses. El examen destacó que los estudiantes con claros signos de narcisismo en 2010 era el 30%, mientras que en 1982 era el 15%. Estudios posteriores realizados por Jean Twenge y W. Keith Campbell expusieron con crudeza que el narcisismo delirante se ha extendido a los adultos en proporción similar al de los jóvenes.

A las alarmas lanzadas por los psicólogos norteamericanos se sumaron varios europeos. Fue la psicóloga Agnieszka Golec de Zavala quien inició las investigaciones sobre grupos extremistas en 2005, para tratar de entender los motivos por los que algunas personas perpetran el terrorismo. Pronto relacionó este comportamiento con lo que los pensadores de la Escuela de Frankfurt Teodoro Adorno y Erich Fromm llamaron “narcisismo grupal” que Golec de Zavala lo redefinió como: «la creencia de que la grandeza exagerada del grupo de uno no es suficientemente reconocido por los demás»”. Y como todo narcisismo, esa sed de reconocimiento nunca se sacia. Entonces, la psicóloga desarrolló una escala de narcisismo grupal (colectivo) para medir la gravedad de las creencias narcisistas grupales, incluidas afirmaciones como: «Mi grupo merece un trato especial» e «Insisto en que mi grupo obtenga el respeto que se le debe«.

La persistencia de Golec de Zavala en estudiar este narcisismo grupal en las universidades SWPS polaca y en la Goldsmiths británica, le ha permitido establecer que este tipo de narcisismo no es marginal y se está desarrollando cada día con mayor intensidad en cualquier tipo de asamblea, grupos religiosos, políticos, de género, racial o étnico. Asimismo, se expande en equipos deportivos, clubes y organizaciones artísticas y culturales. Muy preocupada ante lo que descubre en sus estudios, insiste en señalar que el narcisismo colectivo no es simplemente tribalismo. De hecho, insiste en que mientras el tribalismo es inherentemente humano y que tener una identidad social saludable puede tener un impacto positivo para el bienestar, por el contrario, los narcisistas colectivos se centran más en los prejuicios del grupo externo que en la lealtad del grupo interno. De esta manera, el narcisismo grupal alimenta el radicalismo político y potencialmente incluso la violencia. Asimismo, en entornos cotidianos, puede impedir que los grupos se escuchen unos a otros y llevarlos a reducir a las personas del “otro lado” a personajes unidimensionales.

DOS TIPOS DE NARCISISMO CONVIVEN EN NUESTRA SOCIEDAD: EL COLECTIVO Y EL INDIVIDUAL

La constatación de la existencia de dos tipos de narcisismo implantados notablemente en las sociedades occidentales; el colectivo y el individual es, por las consecuencias que tienen y las que tendrán, espeluznante. Esta bipolar realidad que tanta desazón y amargura produce en demasiadas personas, es expuesta por psicólogos y sociólogos a través de los síntomas, pero apenas ahondan en las consecuencias. De hecho, escasean estudios que profundicen sobre las causas que expanden esta plaga. Esta falla seguramente se debe a que cuando se pregunta por los orígenes que han propiciado esta epidemia, invariablemente se tropieza con las iglesias ideológicas que ostentan poder.

Los predicadores de la corrección política y no pocos apesebrados y biempensantes, tratan de despistar al personal, imputando exclusivamente la plaga narcisista actual a las redes sociales. Con ello ocultan, además de confundir instrumentos con causas, que la expansión narcisista ahora convertida en pandemia, germinó antes de que los Instagram, TikTok y demás redes sociales existieran. Algo más precisos son quienes apuntan al consumo conspicuo (estatus social), a las promesas de recompensas redentoras para proteger la fragilidad individual, a la desilusión respecto a las expectativas de satisfacción con la vida y el bienestar, además de los conflictos derivados del maremágnum identitario respecto a los sexos y roles sociales. Lógicamente, este narcisismo individual y/o colectivo se agudiza con los discursos apocalípticos sobre el clima, la salud planetaria, la inmediata terminación de los recursos minerales y energéticos, los problemas económicos, demográficos y migratorios, etcétera. Así, el conflicto antes derivado de la lucha de clases entre burgueses y proletarios, desde los años 70 del siglo pasado se ha ido ampliando, año tras año, con incontables combates que ha puesto al motor de la historia marxista a punto de estallar por sobre carga, al tiempo que reprime todo intento de mejorar las relaciones humanas basadas en la fraternidad.

Uno de los conflictos sociales más enconados en este momento es el provocado por la ideología de género. Uno de los pocos que se atreven a desafiar el discurso de esta doctrina publicamente es el controvertido y brillante psicólogo clínico canadiense Jordan B Peterson quien afirma sin pestañear: «…una gran proporción de la insistencia en la distinción entre género y sexo es narcisismo no diagnosticado (y egoísta). Pero para cuando esto se revele clínicamente, muchas carreras médicas y vidas inocentes habrán sido destruidas». Ni que decir tiene que este comentario ha merecido la condena estentórea del feminismo radical identificado con el acrónimo que pronto agotará el abecedario. Naturalmente, la anterior frase de Peterson deriva de su concienzudo estudio titulado: “On the Psychological and Social Significance of Identity” donde parte del hecho histórico y factual que establece que la identidad es un rol social, lo que significa que es por necesidad socialmente negociado. Y hay una razón para esto. Una identidad, un rol, no es simplemente lo que crees que eres, momento a momento o año tras año, sino, como dice la Enciclopedia Británica (específicamente dentro de su sección de sociología), «un patrón integral de comportamiento que es socialmente reconocido» y que proporciona un medio para identificar y ubicar a un individuo en la sociedad, sirviendo también «como una estrategia para hacer frente a situaciones recurrentes y lidiar con los roles de los demás (por ejemplo, roles de padres e hijos)». Por lo tanto, tu identidad no es la ropa que usas, o la preferencia sexual de moda o el comportamiento que adoptas y haces alarde, o las causas que impulsan tu activismo, o tu indignación moral por las ideas que difieren de las tuyas, sino un conjunto de compromisos complejos entre el individuo y la sociedad en cuanto a cómo el primero y el segundo pueden apoyarse mutuamente de manera sostenible a largo plazo. «Negarse a involucrarse en el aspecto social de la negociación de la identidad, insistiendo en que lo que dices que eres es lo que todos deben aceptar, es simplemente confundirte a ti mismo y a los demás» nos dice Peterson.

Parece obvio que el motor de inducción de conflictos sociales ahora gira descontrolado esparciendo quimeras, gracias al extenso campo hipnótico conformado por miles de mesías sectarios narcisistas, cuyo primer precepto es esquivar la crítica y menos aún someter sus doctrinas al método falsacionista. Jamás de los jamases aceptarán estos predicadores que sus dogmas “progresistas” pueden ser erróneos y nocivos para la humanidad. De hecho, aunque no ha sido divulgada como debería, desde la noción freudiana del narcisismo y las hipótesis de Heinz Kohut al respecto, junto con los estudios históricos sobre la personalidad de los dictadores y líderes políticos del siglo XX, existe un consenso claro entre psicólogos y sociólogos sobre el canon narcisista del poder. Así, el narcisista poderoso configura el poder como un fin en sí mismo, en la realización de los viejos sueños infantiles de omnipotencia que desdibuja progresivamente su necesaria subordinación a una ética de la responsabilidad. Este poder egocéntrico, en tanto significa sobre todo, privilegios, prestigio, inmunidad y que pretende sistemáticamente la impunidad, elude la responsabilidad, se va cerrando sobre sí mismo alejado de quienes le otorgaron legitimidad.

Tras un siglo de experimentos quiméricos generados por el motor de la historia marxista, se evidencia que; para cada desastre sus autores siempre encuentran a un enemigo al que culpar y, si no lo encuentran, se lo inventan. El enemigo puede ser la misma naturaleza humana: rasgos como la maternidad, el dimorfismo sexual, nuestra universal preferencia por la carne, la competitividad, los afectos familiares, el deseo de propiedad, la espiritualidad y hasta la Madre Naturaleza. ¿No fue Mao Tse-Tung quien culpó a los pobres gorriones de las malas cosechas y puso a todos los chinos a exterminarlos?

Llegados aquí, parece obvio preguntarse si nos encontramos inmersos en una cultura narcisista como asegura el psicologo Melchor Alzueta Satrústegui. Todo apunta a que se trata de una nefasta distorsión del objetivo de hegemonía cultural ideado por Antonio Gramsci, al conformarse como cultura dominante (políticamente correcta) para imponer un sistema en la acción social que distorsiona o discrimina otras culturas subyacentes. Es la hegemonía de una cultura narcisista la que ha integrado la compatibilidad del narcisismo colectivo con el individual.

MENSAJES Y CONDUCTAS DE LA CULTURA NARCISISTA HEGEMÓNICA

Que los padres, guarderías, colegios y medios canten a sus hijos canciones como: «Soy especial. Mírame».

Que desde hace al menos 3 décadas (empezó en los 80 en EEUU), a los niños se les martillee con el mensaje tu eres especial y puedes ser lo que desees y hacer lo que quieras … Para luego proseguir con que la cultura del esfuerzo y la meritocracia es lo que genera fatiga estructural y una epidemia de ansiedad.

Que en la escuela y en el parlamento los jóvenes adolescentes escuchen a quienes deberían ser ejemplares en sus comportamientos y discursos, que la identidad individual es esencialmente fluida y autogeneradora, mientras que la familia, esa díada de mujer y hombre basada en el afecto y el amor junto con el propósito de criar a sus hijos, es una institución heteropatriarcal retrograda que debe aniquilarse.

Que niños y jóvenes lean y escuchen discursos en que las autoridades afirman que cualquier reproche cívico o educativo hiere los sentimientos del reprochado.

Que las leyes en muchos países occidentales permitan el cambio de identidad y sexo a menores sin el consentimiento de sus padres.

Que la cirugía plástica estética se haya multiplicado por diez en los últimos 20 años sin otra justificación que la idealización de su cuerpo.

Que jóvenes y adultos se hagan constantemente autofotos “selfies” posando cuan estrellas hollywoodenses con su celular, para inmediatamente colgarlas en las redes sociales.

Que niños de 5 o 6 años escuchen asegurar a sus profesores que los chicos y las chicas realmente no existen.

Con estos ejemplos y muchos más del mismo cariz, ¿Es sorprendente que los adolescentes escriban en las redes sociales mensajes como: «ni hetero ni homosexual: soy autoxesual y estoy enamorada de mi misma»?.

Al mismo tiempo, cuando observamos que el poder del narcisista grandioso, del petulante dominante y egoísta que considera que tiene derecho a todas las prebendas otorgadas al primer ministro y muchas más, se sustenta sobre una pléyade de organizaciones conformadas para agrupar a los narcisistas vulnerables, los introvertidos, defensivos, resentidos y angustiados, con baja autoestima pero aleccionados como merecedores de un trato especial por ser vos quien sois, todos refugiados en el victimismo y las fantasías de grandiosidad futura, cuya hambre insaciable de reconocimiento conduce inexorablemente al conflicto con los otros, relajarse y pensar que la epidemia narcisista es un fenómeno coyuntural y pasajero que se resolverá con buen talante y buena administración económica, es suicida.