Un repaso políticamente incorrecto sobre el impacto económico, ambiental y demográfico de la moda de los perrhijos y gathijos
Según la asociación “HealthforAnimals”, en 1922 vivían en el mundo más de mil millones de mascotas. Al punto que concretan que entre EEUU, Brasil, la UE y China hay más de 500 millones de perros y gatos que viven en domicilios familiares.
En este contexto España sobrepasa con mucho la media mundial de los países desarrollados en lo que concierne al número de mascotas en función de los habitantes humanos. Así lo establecen las cifras más reconocidas, quizá las más fiables son las proporcionadas por la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía que, a principios de 2023 revelaba que el número de perros registrados ha aumentado un 38% en los últimos tres años, con 9,3 millones de canes en el país. Así, los hogares españoles suman 15 millones de mascotas frente a 6,6 millones de niños menores de 15 años. Nada más y nada menos que 202 perros y 124 gatos por cada mil habitantes.
Tanto en España como en el resto de la UE y EEUU, son los llamados millennials; adultos entre 20 y 30 años, quienes más mascotas tienen en sus casas, por dejar para más adelante la procreación o descartarla definitivamente. Y si bien las mascotas no exigen el mismo cuidado que los hijos humanos, comen, defecan, precisan de atenciones sanitarias preventivas como vacunas, atención veterinaria, seguro de responsabilidad civil (obligatorio en España desde el 29 de septiembre de 2023 con la entrada en vigor de la nueva Ley de Bienestar Animal). etc. En paralelo al descenso de la natalidad, aumentan las personas que tratan a sus perros o gatos como hijos. Se trata de la consecuencia de la humanización de los animales que para los domésticos se ha establecido con los sustativos “perrhijos” y “gathijos”. “Mi hija tiene patas”, es la frase que circuló hace dos años en los medios anglosajones de una radiante dueña de una bóxer llamada Ziva, al tiempo que explicaba que ella y su marido decidieron “no tener hijos humanos” por causas “económicas y medioambientales” y optaron por adoptar un perro.
Y aunque escuchemos casi a diario las carantoñas de los amos a sus mascotas, resultan llamativas, por su escasez, crónicas como la del año pasado en la revista The New Yorker firmada por David Sedaris, testimoniando la escena en un hotel de cinco estrellas, en Washington, D.C: «En el desayuno, observo cómo, en la mesa de atrás, una mujer pide un plato extra. Lo llena de huevos fritos y bacon y lo deja en el suelo, para que su perro, un pequeño terrier, coma. Al acabar, cuenta Sedaris, el perrito deambula por el comedor. Su correa extensible bloquea el paso de los comensales, pero a nadie parece molestarle. De hecho, el perrito recibe todo tipo de elogios. Una mujer le anuncia a la dueña del terrier que ella también tiene “dos bebés peluditos” esperándola en casa. “Debe de ser muy duro estar separada de ellos”, observa la dueña del terrier. “Lo es, sí”, le responde, “pero pronto verán a su Mamá”, responde la otra». En España esta escena no sería sorprendente.
Debo advertir de antemano que con este suelto no pretendo responder a la típica pregunta ¿Cuánto cuesta mantener una mascota en España y qué cuidados necesita? Porque aunque de alguna manera lo haga, su propósito es recopilar y mostrar la importancia cultural y el impacto ambiental que supone esta situación que, por motivos no pocas veces ideológicos o sentimentales (políticamente incorrecto y poco fructífero electoralmente), no se valoran con la importancia que, desde mi punto de vista tiene. Para ello me apoyo en estudios tan rigurosos y reconocidos como los de Greg S Okin cuyo resumen cito a continuación:
«En los EEUU con 340 millones de habitantes conviven 78 millones de perros y 58 millones de gatos (una proporción inferior a la de España). Estas mascotas consumen el 19% ± 2% de la cantidad de energía alimentaria que consumen los humanos (203 ± 15 PJ año-1 frente a 1051 ± 9 PJ año-1) y el 33% ± 9% de la energía animal (energía derivada (67 ± 17 PJ año-1 vs. 206 ± 2 PJ año-1). Asimismo, producen alrededor del 30% ± 13%, en masa, de la cantidad de heces que los estadounidenses (5,1 ± Tg año-1 frente a 17,2 Tg año-1) y, a través de su dieta, constituyen alrededor del 25-30% del impacto ambiental de los animales. Además, las mascotas consumen alrededor de un octavo del consumo total de los estadounidenses en términos de uso de tierra, agua, combustibles fósiles, fosfatos, biocidas, etc. El consumo de productos animales para perros y gatos es responsable de la liberación de hasta 64 ± 16 millones de toneladas equivalentes de CO2, metano y óxido nitroso».
Por otro lado, en 2023 la reconocida Earth.Org establecía que un gato de tamaño medio puede producir 310 kilogramos (CO2e) al año. Un perro de tamaño medio genera 770 kg de CO2e, y un perro aún más grande puede emitir más de 2.500 kilogramos de CO2e, lo que supone el doble de las emisiones derivadas de un coche familiar medio al año.
Los cálculos derivados de las ecuaciones de Okin establecen que la producción de alimentos para estos animales naturalmente carnívoros representa el 30% del impacto ambiental de la ganadería en el mundo. Así un perro medio consume 211 kg por año (76,5 Kg de materia seca) y un gato 98 kg por año (23 kg de materia seca) una misma energía dietética que supone la equivalente a 70 millones de estadounidenses. A estas cifras, hay que añadir la correspondiente eliminación de residuos que representan unas 64 millones de toneladas de los “peligrosos” gases de efecto invernadero óxido nitroso y metano3, es decir la emisión de unos 15 millones de automóviles.
Pero si el consumo de carne, otras proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas y minerales de las mascotas es considerable, las latas y envoltorios de papel y plástico apenas reciclable, suponen la producción de miles de millones de contenedores cada año. Por miles de millones también se contabilizan las bolsas de plástico para recoger los millones de toneladas de excrementos de perro, más los gastos y perjuicios que ocasionan la falta de civismo de demasiados amos que dejan los excrementos caninos en calles y parques, junto con las dificultades reales que suponen la eliminación de los centenares de toneladas de excrementos de gato. En realidad, sabemos de sobra que buena parte de las bolsas que contienen excrementos de mascotas son abandonadas en espacios abiertos. Por otra parte, la mayor parte de la arena aglomerante para gatos está hecha de arcilla bentonita, un mineral no reciclable extraído mediante minería a cielo abierto, que elimina árboles y tierra para llegar a la arcilla.
Llegados hasta aquí, parece justo preguntarse sobre el coste real de las mascotas en España. No obstante, parece imprescindible remarcar que se pueden comprar o adoptar, opciones que parecen sencillas pero que no lo son en absoluto porque, al contrario que con los hijos humanos biológicos, podemos escoger “ajustándolo a nuestras necesidades, a nuestro estilo de vida”, la raza, el color, el carácter, el soñado cariñoso, obediente y bello perrhijito y gathijito a, si, si, nuestra imagen y semejanza.
Cierto es que las mascotas no tienen seguridad social ni seguro de enfermedad. En 2022 la Real Sociedad Canina de España (RSCE) estimó en alrededor de 105 euros al mes el mantenimiento de un perro. Consultado a un amigo que tiene un can bullmastiff, me comenta que esa cifra no cubre ni la mitad de sus gastos. No es solo la alimentación, pues los perros grandes consumen una media diaria de medio kilo de pienso, además se tiene que sumar atención sanitaria; gastos únicos como el microchip o la castración, periódicos como la desparasitación del animal, que debe realizarse una vez al año, la higiene, el seguro obligatorio de responsabilidad civil y la residencia de vacaciones. Entonces, para los perros estamos hablando de cifras considerables muy superiores a las que calcula la RSCE, mientras que para los gatos parece ajustado 1000 euros/año.
Pero no hemos acabado, en realidad, los piensos y la sanidad es solo una parte del costo del mantenimiento de los perrhijos y gathijos. Su humanización conlleva la proliferación de marcas como “pet friendly”, complementos exclusivos y lujosos de Louis Vuitton, Moncler, etc. con chalecos con capucha reversible y chaquetas de plumón. También hay diseños epatantes de camas y muebles para mascotas y no pocos hoteles reservan espacios de relax animal (a veces, hasta con masaje), con comida saludable y piscina. Hay agencias de viajes con planes para ellos, como Mascotour o The Pet Travel Club. Se fabrican sudaderas, abrigos, impermeables y hasta jerséis con toque hípster. Decenas de marcas especializadas comercializan accesorios de todo tipo, camisas estampadas, suéters de lana o algodón orgánico y chalecos, cazadoras veganas, chándales y gafas de sol, listas de Spotify, entrenamientos personalizados de yoga y relax junto con innumerables juguetes que se reparten también en Navidad y Reyes para que los papas los repartan entre sus amados perrhijos y gathijos. Proliferan los influencers y famosillos repetitivos, esos Meghan Markle, Paris Hilton y Andrés Velencoso promocionándose con sus arrgladitas mascotas.
Llegados aquí, parece evidente que la excusa medioambientalista o económica para preferir perrhijos y gathijos a los niños solo es sostenible desde la moda o el animalismo. En cualquiera de los dos casos, estamos ante un problema social y económico sustancial que fragiliza la sociedad, desde la nación hasta la cultura. Porque en esencia abrazarse a un perro o a un gato como si fuera un hijo, sabiendo que no lo es, suele ser consecuencia de aislamiento personal e inseguridad en un mundo que propugna la felicidad absoluta desmintiendo con ello la realidad. Los perros y gatos no son niños con pelo sino ¡ANIMALES! con sus instintos y necesidades y sus pautas naturales de comportamiento.