Plan España 2050

O un camino de servidumbre

22/05/2021.

El “Plan España 2050” tiene un subtítulo revelador: “Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo”. Una estrategia que, por diluida y camuflada, precisa 676 páginas que incluye un prólogo triunfalista firmado por el presidente del consejo de ministros del gobierno de España Pedro Sánchez Pérez-Castejón, con el retorcido título “España: un país con hambre de futuro” donde, por ensalmo, se han borrado los pesares del presente.

Es probable que las circunstancias del momento en que se ha presentado este Plan y la puesta en escena exagerada, haya malogrado el aplauso esperado por sus autores hasta el punto de haberse convertido en tema de chirigota. Pero la farsa derivada de su presentación como “performance” del Presi y la exageración de proyectar unas “estrategias” que conducirán a unos relucientes resultados dentro de tres décadas, me parecen que están despistando bastante al personal respecto a la intencionalidad de este Plan. Por supuesto, su credibilidad es muy endeble por cuanto el gobierno que lo lanza a bombo y platillo, ha demostrado, con creces, su impericia en el manejo de la crisis sanitaria y la consiguiente crisis económica, mientras que tiene serios problemas para calcular el PIB, el déficit y la deuda pública de este año.

Con la gesticulación y el tono vanidoso habitual, Sánchez Pérez Castejón presentó «un ejercicio de prospectiva estratégica» de futuro para «los españoles y españolas», sobre el escenario del Auditorio 400 del Museo Reina Sofía y ante un público conformado por los empresarios que han pedido las subvenciones procedentes del maná europeo. En este acogedor ambiente, apeló Sánchez a la concienciación medioambiental de los españoles, para justificar buena parte del Plan que establece las buenas conductas ciudadanas, las subidas de tasas, los modelos de transporte, consumo y alimentación que nos conviene, hasta el punto de prohibir los vuelos nacionales y subir impuestos a los billetes de avión para salvar el planeta. Y lo dijo un fulano que usa el avión oficial Falcon o el helicóptero hasta para ir a por el pan.

Acepto de antemano el reproche de abusar de lo anecdótico al señalar contradicciones entre el dicho y el hecho del presentador. Si lo hago es para manifestar que estamos ante un documento oficial que ha contado con la colaboración de 104 expertos coordinados por 8 aún más expertos, que han concretado unos objetivos para el Plan (retos los llaman) que son asumidos por el gobierno de la nación. Por lo tanto, me parece evidente que este Plan expresa la vocación del gobierno y los partidos que le apoyan, de intervenir y planificar la vida de los españoles a largo plazo, con el inequívoco fin de meternos en un molde configurado por sus ideologías. Veamos.

Lo de menos de este Plan es la retórica impostada de corrección política, lo sustancial es la utilización de un supuesto prestigio histórico del concepto planificación para el desarrollo. Claro que ese prestigio solo es factible si se borra del mapa histórico a los primeros planes, aquellos planes quinquenales totalitarios y totalizantes implantados manu militari en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) por Stalin, cuyos lacerantes resultados deberían ser enseñados en las escuelas secundarias de todos los países democráticos. También parecen obviados los planes derivados de la gran depresión de 1929 anteriores al New Deal norteamericano. Por ejemplo, los que implantaron al estado como amo y señor, (“La nostra formula è questa: tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato”) de Benito Mussolini. Adolfo Hitler siguió la senda de Mussolini y de Stalin cuando implantó, de la mano de Hermann Göring, un plan cuatrienal donde la empresa privada estaba obligada a cumplir con los objetivos redactados por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.

Todavía se discute si el New Deal plasmado por Franklin Roosevelt entre 1933 y 1939 fue totalmente keynesiano o si el poderoso Harold L. Ickes fue quien escogió en que gastar y las reformas a realizar. No obstante, hoy pocos discuten que la entrada de EEUU en la II Guerra Mundial fue el detonador del paradigma económico norteamericano de posguerra, configurado con la amalgama de un cuarto de Keynes con tres cuartos de liberalismo de Harry D. White. Un sistema que se mantiene hasta el “Nixon Shock” de 1971, cuando Richard Nixon cancela los acuerdos de Bretton Woods y suspende la convertibilidad directa del dólar estadounidense al oro.

Es el célebre Plan Marshall iniciado en 1947 el dador de pátina y esplendor a los planes económicos. Con sus más de 100.000 millones de dólares de 2020, sigue siendo el oráculo de Delfos de la burocracia estatalista occidental. Poco importa que los datos pongan en duda sus éxitos. Así, se suele desdeñar que, mientras Gran Bretaña recibió más del doble que Alemania Occidental, su crecimiento económico fue mucho menor. De hecho, el milagro económico alemán “Wirtschaftswunder” poco tuvo que ver con el Plan Marshall (Las ayudas a Alemania en julio de 1951 sumaban 270 millones de dólares, de los cuales los alemanes devolvieron más de un tercio) y todo a las reformas liberales impulsadas por el ministro Ludwig Erhard a partir de 1949, consistentes en un programa radical de privatización y desregulación que eliminó todos los controles regulatorios y el complejo sistema fiscal impuesto por los nacionalsocialistas. También se puede verificar que Francia e Italia empezaron sus recuperaciones económicas antes de recibir la ayuda del Plan Marshall, mientras que Austria y Grecia recibieron mucha ayuda, pero su recuperación económica se inició mucho más tarde. Pero el «coge buena fama y échate a dormir», junto con el retorno paulatino del estado orondo e intervencionista, ha determinado que la UE sobrepasara su fin y haya abrazado la política de planes de distribución de fondos públicos entre países miembros. Poco a poco, la UE ha implementado planes cada vez más gruesos. De los primeros planes redistributivos hasta el penúltimo y ya olvidado Plan Juncker, con la gran crisis derivada de la pandemia, la UE ha plasmado su Plan Marshall, multiplicándolo por 20. Un “Plan de recuperación para Europa” por un total de 1,8 billones de euros que, junto con la expansión cuantitativa del Banco Central Europeo, alimentan dinero a espuertas que fortalece el capitalismo de amiguetes donde, cada Estado reparte dádivas a unas cuantas empresas y organizaciones amigas, al socaire de las transiciones climáticas y digitales más otros negocios verdes resilientes por subvencionados.

Llegado aquí parece conveniente preguntarse si el Plan España 2050 es un plan y, en el caso de serlo, de que tipo. Obviamente, no es reformista como el Plan Nacional de Estabilización Económica de 1959 o los tres planes de desarrollo del franquismo (1964-1975), basados en reformas estructurales para la liberación de la economía, al eliminar los últimos resortes intervencionistas del Estado derivados del período autárquico. Asimismo, los Pactos de la Moncloa de 1977 fueron forjados en reformas estructurales y de liberalización política. Tampoco contiene medidas de estímulo keynesiano o monetarista, sino que se sustenta en un «análisis diacrónico y prospectivo … realizado desde una perspectiva apartidista que antepone el rigor metodológico y la evidencia empírica a cualquier posición política». Entonces, ¿Cuál es su fin? Pues obviamente lograr que el modelo de régimen político y social explícito en el documento devenga hegemónico: «Creemos que España tiene que mirar más al futuro y que tiene que hacerlo de una forma distinta de la que suele mirar el presente: con menos crispación, más rigor científico, y un mayor optimismo». Entonces, estamos ante un Plan que quiere cambiar la mentalidad de los españoles, una versión posmoderna de los planes de Ernesto Guevara de construir “el Hombre Nuevo” en Cuba: «La Revolución no es únicamente una transformación de las estructuras sociales, de las instituciones del régimen; es además una profunda y radical transformación de los hombres, de su conciencia, costumbres, valores y hábitos, de sus relaciones sociales».

En 1944 se publicó “Camino de Servidumbre” donde Friedrich A. Hayek advierte que la planificación estatal lleva a un Estado omnipotente dirigido por una minoría que dice querer la igualdad, pero que inexorablemente conduce a la tiranía y la consiguiente pérdida de libertad individual. La historia confirmo esta tesis sobradamente.

Que el Plan España 2050 es un ensayo de planificación ideológica tan extenso como poco repasado, se evidencia en el cúmulo de contradicciones que contiene y en las sibilinas imposiciones. Por ejemplo; anuncia que se logrará la bonanza pero prescribe más gasto social y más impuestos verdes y menos consumo, luego la mejora de la educación no parece mejorar la conciencia medioambiental. Pero lo sustancial es preguntarse si queremos que nuestros descendientes vivan coaccionados por impuestos confiscatorios, sean obligados a alimentarse de un surtido salteado de tofu y kale con sésamo, seguido de gusanos ecológicos al dente y hamburguesa de levadura modificada genéticamente con sabor a carne de vaca. Si serán más felices utilizando teléfonos móviles encurtidos, viajando como sus bisabuelos en transportes colectivos, sufriendo la tiránica e inane pirámide laboral perpetuadora del desempleo masivo, pagando en silencio la infame y descomunal deuda del Estado, soportando sin rechistar la inmigración ilegal, la decadencia demográfica, la incertidumbre sobre la seguridad jurídica, la aniquilación de las pensiones públicas, mientras añoran los tiempos pretéritos en que la inquisición de la política de la cancelación y la vorágine identitaria, todavía no habían aniquilado el arte y la libertad.