LA LOCOMOTORA ALEMANA SE HA GRIPADO

Un repaso sobre los motivos de una decadencia ocultada por el oportunismo

Uno de los tópicos, no sin fundamento, es el de la laboriosidad juiciosa de los alemanes. Pero como a toda generalización habrá que aplicar la regla de los pimientos de Padrón; unos si y otros no. En realidad, su prestigio como nación seria es muy reciente, apenas se remonta a las últimas siete décadas que inauguran dos hombres sabios y sobrios: Konrad Adenauer y Ludwig Erhard. Fue gracias a sus decisiones que la República Federal de Alemania (RFA) logró recuperarse rápidamente de la hecatombe de la II Guerra Mundial.

Creo que merece la pena repasar sumariamente cómo, a partir de 1949, el Ministro de economía de la RFA, Ludwig Erhard aplicó una política económica basada el ordoliberalismo (también inspirador del Plan de Estabilización franquista) una corriente surgida en la Universidad de Friburgo en la década de los treinta del siglo pasado, cuyo padre intelectual fue Walter Eucken al que siguieron las aportaciones de Franz Böhm, Hans Großmann-Doerth, Leonhard Miksch, Wilhelm Röpke, Alexander Rüstow, Alfred Müller-Armack y el mismo Ludwig Erhard. Fue Alfred Müller-Armack, mano derecha de Erhard, quien acuñó el concepto «Economía Social de Mercado». El fundamento del ordoliberalismo es el pacto entre sindicatos y patronal para coordinar y acordar salarios y productividad, bajo el compromiso de incrementar la capacidad adquisitiva de los salarios, el mantenimiento del empleo y el aumento general de la riqueza. Algo muy parecido al corporativismo aplicado por Eduardo Aunós durante la Dictadura de Primo de Rivera (en el que colaboró con denuedo la UGT dirigida por Largo Caballero) y la socialdemocracia de los países escandinavos. El socialdemócrata Karl Schiller no solo apoyó esta política económica sino que la amplió a través del Globalsteuerung, o dirección global, un proceso por el cual el gobierno no interviene en los detalles de la economía, pero establece pautas que fomentan un crecimiento no inflacionario e ininterrumpido. Por supuesto, también la RFA se vio favorecida por el Plan Marshall (1948-1952), y la reducción por parte de los aliados del 50% de la deuda externa alemana en la Conferencia de Londres de 1952.

El éxito de los “Treinta Gloriosos” (1946-1975) y el modelo de economía social de mercado que los socialdemócratas siguieron y ampliaron, dio a la República Federal de Alemania un periodo casi ininterrumpido de prosperidad con un crecimiento medio del 7 % anual, mientras que el desempleo cayó del 11 % en 1950 al 0.7 % en 1965. Semejante hazaña también fue posible gracias a la reconciliación sincera entre Francia y Alemania que desembocó en la Declaración de Schuman que propuso que el carbón y el acero de la RFA y Francia (y los demás países que se adhirieran) se sometieran a una administración conjunta que llevó a la firma del Tratado de París el 18 de abril de 1951 por el que se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), firmado por Francia, RFA, Bélgica, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos. El aumento general de la riqueza en la RFA, como resultado de una renovada y productiva industrialización, hizo olvidar a sus ciudadanos guerras, crisis y hambrunas no tan lejanas, incluida la hiperinflación durante la catastrófica República de Weimar. Pero de pronto llegó la crisis petrolera de 1973 poniendo en solfa la estabilidad con el aumento de la inflación y la inseguridad energética. Este contratiempo inesperado produjo un sentimiento de frustración y vulnerabilidad en la sociedad alemana occidental.

Como consecuencia colateral de la crisis del petróleo, los grupúsculos residuales de las revueltas de los 60 y los situados a la izquierda del Partido Socialdemócrata, sin olvidar, aunque se olvida, el latente econazismo de montañas nevadas y banderas al viento en sectores no tan minoritarios de la población, surgió un movimiento ecologista potente contra la energía nuclear civil llamado Energiewende (antinuclear, control democrático y activismo medioambiental). De esta manera, en 1980, seis años antes del accidente de Chernóbil, se funda el Partido verde Die Grünen. La primera gran victoria de los verdes, se produce con la paralización del proyecto de la central nuclear de Wyhl en 1983. La fusión del núcleo del reactor de la central nuclear de Chernóbil en 1986 afianzó a los verdes como fuerza política, al exagerar hasta el paroxismo los niveles de radioactividad o lluvia radiactiva procedente de Chernóbil que caía como hecatombe flamígera sobre Alemania. El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) que había hasta entonces apoyado el plan de desarrollo de la energía nuclear civil, en agosto de 1986 propuso su abandono en 10 años. Empero, el entonces Canciller y dirigente de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU), Helmut Kohl, mantuvo el apoyo a la energía nuclear.

Bajo la batuta de Kohl como canciller de la RFA entre el 1 de octubre de 1982 y el 26 de octubre de 1998, la política de diversificación energética se mantiene a pesar de las manifestaciones en contra de los verdes y del SPD. Esta posición y el mantenimiento del ordoliberalismo como línea maestra de la economía, permitieron a la RFA remontar la crisis de los setenta con creces. Ya en 1989 la RFA era la tercera potencia económica mundial solo por detrás de EEUU y Japón. Y sobre estos poderes, el 3 de octubre de 1990 el Helmut Kohl logró la reunificación de Alemania que consistió en la absorción por parte de la RFA de los cinco landers de la sovietizada República Democrática Alemana: Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Sajonia, Sajonia Anhalt y Turingia y Brandeburgo. Con el cierre de las tres deplorables centrales nucleares de la RDA, la RFA en 1992 tenía 17 plantas nucleares en activo.

Tras la victoria electoral de la coalición del SPD dirigido por Gerhard Schröder y los Verdes encabezados por Joshka Fischer en 1998, el nuevo gobierno roji-verde establece el objetivo de eliminar todas las centrales nucleares inmediatamente. Tras escabrosas negociaciones que duraron más de dos años, el gobierno dirigido por Schröder pactó con la industria el desmantelamiento progresivo de las centrales nucleares, estableciendo un periodo máximo de actividad de 32 años, de modo que el último reactor se debería desconectar en 2022. Al mismo tiempo, el gobierno aprobó una serie de leyes (Erneuerbare-Energien-Gesetz) para incentivar, a través de reducciones fiscales, subvenciones y otros muchos privilegios, la generación de energía eléctrica renovable como colofón del programa Energiewende.

El 30 de mayo de 2005 Ángela Merkel es elegida Canciller de la RFA. Al constatar que el precio de la energía eléctrica generada por las energías renovables era mucho más caro e inestable que la generada por las centrales nucleares recién cerradas de Stade y Obrigheim, mientras que las centrales de gas natural aseguraban el suministro, el 13 de octubre del 2005, Gazprom Export firmó un contrato con las alemanas Wingas y Wintershall (filial de BASF), para suministrar 9 millones de m³ de gas natural al año durante 25 años. El 9 abril 2010 el presidente de Rusia, Dmitri Medvedev, y Ángela Merkel, inauguraron la construcción del primer ramal del gasoducto Nord Stream para facilitar la llegada del gas ruso a Alemania que hasta entonces se suministraba a través de Ucrania y Polonia por los gaseoductos Brotherhood y Yamal-Europa (1997). Aquel acuerdo fue una puñalada trapera para Ucrania, Polonia y las repúblicas del Báltico. En noviembre de 2011 fue inaugurado por Merkel y Medvédev el primer ramal. El segundo ramal empezó a construirse en mayo de 2011 y se terminó en abril de 2012. El tendido de Nord Stream 2 se llevó a cabo entre 2018-2021. La primera línea de Nord Stream 2 se completó en junio de 2021 y la segunda línea se completó en septiembre de 2021.

No puede ser casual que desde que dejó de ser canciller en 2005, Gerhard Schröder trabajara para la industria gasista y petrolera rusa en concreto Presidente del consejo de administración del consorcio petrolero Rosneft, con un sueldo oficial de 600.000 euros al año, consejero de Gazprom y del Nord Stream AG, además de reconocer ser amigo personal de Putin.

En 2010 Angela Merkel acuerda en su segunda legislatura, con el Partido Liberal (FDP) como socio, extender los plazos para las entonces 17 plantas nucleares en activo. Se mantiene el objetivo del adiós a la energía nuclear, pero prolonga 14 años más la actividad de los reactores más recientes. Ya la dependencia de la RFA del gas ruso era importante, con el Nord Stream 2 y el cierre de las centrales nucleares y de carbón se convierte en absoluta. Pero el gas ruso es abundante y barato, más barato para Alemania que para todos los demás. Putin está encantado con su clienta Merkel.

Cuatro días después de la catástrofe de Fukushima (Japón) de 2011, Ángela Merkel revierte su anterior decisión y recupera el calendario del apagón para 2022. Ordena revisar la seguridad de todas las plantas y establece que las siete centrales nucleares construidas en los ochenta deben desconectarse en tres meses. Indemniza a los consorcios afectados con 2.400 millones de euros. Esta pusilánime decisión carente de visión estratégica por cuanto deja Alemania a merced de la llave de paso del gas ruso, es aplaudida por la mayoría de la opinión pública alemana y europea. El gas ruso sigue siendo abundante y barato, más barato para Alemania que para todos los demás. Putin está aún más encantado con su clienta Merkel.

El socialdemócrata Olaf Scholz logró en diciembre de 2021 formar gobierno aliado con los verdes y los liberales. Solo tres meses más tarde, Rusia invade Ucrania. Ante este panorama, pero creyendo que se trataba de un Blitzkrieg (guerra relámpago) de los rusos, su gobierno decide una última prórroga para las tres centrales nucleares que siguen activas. El apagón ya no será el 31 de diciembre de 2022 sino el 15 de abril de 2023. Scholz adopta esa decisión sin el consenso de sus socios. El ministro de Economía y Protección del Clima, el verde Robert Habeck, defendió el calendario previsto, mientras que el de Finanzas, el liberal Christian Lindner, reclamó mantener las últimas plantas en activo durante más tiempo.

Pero los ucranianos aguantaron la embestida y se han empeñado en subsistir como nación. Mientras tanto, Alemania se encontró entre la espada de su dependencia energética del gas ruso y la pared de su pertenencia a la OTAN y a la UE. De cómo llegó la laboriosa y parecía que sensata Alemania a esta lamentable situación solo se explica por la implantación de una ideología falsificadora de la realidad que establece la anticientífica e insensata doctrina antinuclear, como elemento sustancial para proteger el medio ambiente, cuando la realidad científica demuestra que es todo lo contrario. Porque además, la reaccionaria doctrina antinuclear frena la investigación científica y el desarrollo de una industria eficiente y limpia. El ejemplo palmario de este sindiós ideológico es la Ley 7/2021, de cambio climático y transición energética perpetrada por el gobierno de Sánchez.

La trampa tendida por Putin, ese gas abundante y barato, ha destapado el dumping energético a una industria antaño dinámica y competitiva y hoy entumecida.

El conocido historiador alemán Andreas Rödder exponía hace un mes en Die Welt su temor: «Todo el modelo empresarial alemán ya no funciona». Recordaba que «se apoyaba en tres pilares: Importaciones de energía barata de Rusia, dependencia económica de China y seguridad proporcionada por EE UU y la OTAN sin pagar por nuestra parte».

NACIONAL PUTINISMO

EL MEOLLO IDEOLÓGICO DE LA INVASIÓN RUSA A UCRANIA

«Según el derecho a la actualización de informaciones en medios de comunicación digitales». 06/01/2023.

El historiador militar Tom Cooper lamenta la pereza o la indecencia de los medios occidentales para denominar las guerras y conflictos recientes. Tras indicar la inconsistencia que significa llamar “guerras del golfo” a la guerra Iraq-Irán y a las dos posteriores invasiones de Iraq por EEUU y sus aliados, reprocha una estulta inexactitud cuando ahora los medios publican que llevamos 10 meses desde el inicio de la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin. «Bien, les recuerdo que Putin ya invadió Ucrania en febrero de 2014. Por lo tanto, en realidad estamos hablando del octavo año de su invasión. OCHO AÑOS COMPLETOS. Y no “los primeros diez meses”». Cooper tiene más razón que un santo.

Centrémonos, no obstante, en los últimos 10 meses y a estas alturas podemos evidenciar la verdadera naturaleza del régimen “democrático” del autócrata Putin, una mezcla de Cosa Nostra y estalinismo. Asimismo, ya es obvio que el déspota, envalentonado por sus impunes bombardeos en Alepo, Damasco, Idlib, Latakia, Hama, Raqqa, Homs y Deir al-Zor, además de sus atrocidades en Chechenia y la ya olvidada invasión de Georgia en 2008 que le sirvió para apoderarse de Osetia del Sur y Abjasia, se creyó sus fantasmadas propagandísticas sobre su poderío militar y lanzó a sus superincompetentes fuerzas armadas, dirigidas por corruptos e ineptos generales, a conquistar Ucrania y colocar un régimen títere obediente a sus dictados. Su excusa fue que había que limpiar a Ucrania de corruptos y nazis controlados por la OTAN….. Dijo la sartén al cazo apártate que me tiznas. Esta falaz excusa implica que aquellos que se llaman a sí mismos ucranianos no tienen derecho a existir.

Y para sorpresa de occidente, sobre todo para la OTAN, resultó que la inmensa mayoría del pueblo ucraniano se organizó y, junto con un ejército al principio apabullado, detuvo primero y enseguida derrotó al hasta entonces imbatible ejército de la Federación Rusa en Kiev, Chernihiv, Sumy, Kharkiv y Mykolaiv. Y estas victorias el pueblo ucraniano las pagó a un precio terrible en vidas humanas: miles de soldados y civiles muertos, heridos, deslocalizados y arruinados. No fue gracias a unos pocos Javelins, NLAW, HIMARS, eso vino después, fueron los ucranianos quienes frenaron al invasor.

Pero si la sanguinaria invasión ha producido y produce semejantes tragedias, la impotencia de Putin ha generado mayor grado aún de criminalidad bombardeando aleatoriamente con sus imprecisos misiles o drones morralla que compra a los ayatolas iraníes, estructuras y viviendas de los ucranianos, continuando con ello la comisión de innumerables atrocidades en la torturada Ucrania.

Conozco unas cuantas teorías geoestratégicas que cargan al occidente aún democrático responsabilidad en esta guerra. Una de las más divulgadas es la de John Mearsheimer derivada de su artículo “Por qué la crisis en Ucrania es culpa de Occidente» escrito en 2014 y no tras la invasión de 2022. En dicho artículo Mearsheimer aseguraba que la culpa de la crisis de entonces, no eran los intereses expansionistas e imperialistas de la Federación Rusa, sino la expansión de la OTAN desde la década de los 90 hasta la actualidad; expansión acompañada por la entrada de una gran cantidad de Estados ex-soviéticos a la Unión Europea. Esta tesis desdeñaba que Rusia violó la soberanía de Ucrania, la convención de Helsinki de 1975, y múltiples tratados bilaterales firmados por ambos países en los años 90, especialmente el Memorándum de Budapest de 1994.

Admito que no todos los seguidores de la tesis de Mearsheimer o de la realpolitik del longevo Henry Kissinger padecen de antiyanquismo patológico generalizado en las izquierdas europeas e iberoamericanas, pero estoy convencido, conozco a unos cuantos, que la mayoría está persuadida de que la trágica invasión perpetrada por la Rusia de Putin es consecuencia de la estrategia expansionista de EEUU y la OTAN. No obstante, pocos, por no decir ninguno, apelan a la experiencia histórica de los pueblos sometidos por el imperialismo zarista primero y el soviético después.

Sin excusar las muchas pifias y barbaridades cometidas por la OTAN, sobre todo en los Balcanes entre 1992 y 1999, ¿es riguroso hablar de la expansión de la OTAN? ¿Acaso la OTAN ha obligado a gobiernos democráticos a unirse? ¿No es más cierto que muchos países de la antigua esfera soviética han pedido unirse a la organización a partir de redefiniciones estratégicas respecto a sus hipótesis de conflicto, para defender la soberanía de sus respectivos Estados? ¿Acaso alguien puede negar que los países del Pacto de Varsovia vieron en la caída del Telón de Acero una forma de liberarse de la llamada “rusificación” impuesta por la centralidad del imperialismo soviético heredero del antiguo imperio Ruso?. ¿Acaso no es cierto que esos países, no sin enormes sacrificios, han logrado erigir instituciones democráticas, mientras que Rusia se ha degradado a dictadura?

Por otro lado, las otras preguntas que se pueden derivar de las tesis que culpan al expansionismo occidental de esta invasión son: ¿Los académicos, políticos, analistas y periodistas occidentales que defienden las tesis de Mearsheimer, Kissinger, Waltz, etc. son conscientes del uso y más que probable apropiación indebida de sus teorías? Y teniendo en cuenta la probable expansión del conflicto ¿No deberían tratar de dar cuenta de las posibles ramificaciones de sus ideas?

Dar por sentado el «derecho» de Rusia a intervenir en sus áreas de influencia, como hacen los autores referidos y muchos otros, automáticamente concede los mismos supuestos derechos a otras potencias regionales o globales como la dictadura China. El peligro que ello supone para las naciones aún democráticas es muy superior hoy que la confrontación bilateral de la guerra fría, pues ahora EEUU (desde Obama a Biden pasando por Trump) ha vuelto al aislacionismo parcial del América para los americanos. Aunque la muestra más obvia de aislacionismo de los yanquis fue la lamentable fuga de Afganistán, peores consecuencias tuvo el desdén de Obama acerca del conflicto de Ucrania. Estoy convencido que sin la puesta de perfil de Obama en 2014 cuando Putin se merendó Crimea, más los antecedentes de Biden justificándola, la invasión de febrero pasado no se hubiera producido. 

Original escrito el 30/04/2022

En la tercera de ABC de hoy, Carlos Granés indica que el régimen ruso es una versión del peronismo, resultante de la influencia del principal impulsor del movimiento neo-eurasianista y para-fascista Aleksandr Duguin sobre Putin, definido en “La Cuarta Teoría Política”. Asimismo, Granés describe anonadado la persistencia en Iberoamérica de los populismos surgidos durante el siglo XX; peronismo, priismo, castrismo, etcétera. No obstante, no termina de vincularlos como lo que son; hijos naturales del marxismo-leninismo, fascismo y nacionalsocialismo. Entiendo que obviar el engarce de estas ideologías y su contextualización histórica y geográfica, dificulta la comprensión del trasfondo ideológico del régimen encabezado por Putin, así como las consecuencias que de ello se derivan.

En primer lugar, es preciso subrayar que el neo-eurosianismo es antieuropeo y paneslavista. Exacerbadamente crítico con la cultura romano-germana y el “euro-centrismo”. Por supuesto, es partidario de un Estado fuerte, de la moral impartida por la Iglesia Ortodoxa, de la alianza turco-eslava y de forjar fuertes alianzas en Oriente Medio. Su crítica a la cultura posmoderna occidental y al wokismo y sus derivas sexistas e identitarias es radical. Por lo tanto, en la cuestión moral y solo en la cuestión moral, el neo-eurosianismo paneslavista coincide con los llamados populismos de extrema derecha europeos, en concreto con el polaco Ley y Justicia, el húngaro Fidesz-Unión Cívica Húngara, algo menos con el Rassemblement national de Marine Le Pen y solo de refilón con VOX.

Si repasamos sucintamente la reciente historia de Rusia, no podemos desdeñar las consecuencias sociológicas del traumático colapso de la Unión Soviética en diciembre de 1991. Tampoco es baladí la rapacería perpetrada por las élites del antiguo régimen soviético, al enriquecerse obscenamente con la adquisición a precio de saldo de los monopolios del “socialismo real” durante los nueve años de la era Yeltsin. Estos hechos, más el aumento de la corrupción mafiosa y la persistencia de la pobreza de la mayoría de la población rusa, supuso la puesta en cuestión de la legitimidad del nuevo régimen a finales de los noventa.

El dedazo de Borís Yeltsin en diciembre de 1999, instalando en la presidencia de Rusia al entonces primer ministro, Vladímir Putin, un apparatchik del PCUS y coronel del KGB, nombrado jefe de la FSB (la KGB reconstituida) en 1998 y que apenas llevaba en el cargo 4 meses, se explica como un exasperado intento de salvar a un régimen que carecía de genuinos fundamentos ideológicos que lo legitimaran.

A estas alturas, parece claro que el fracaso de Yeltsin en dirigir a Rusia hacia un modelo democrático de corte occidental capitalista de libre mercado, no solo se explica por su incapacidad dirigente y la vorágine de corrupción asociada, también influyó una abrumada y nostálgica carga sentimental de la mayoría de los rusos ante el fracaso de la URSS. Por los contactos mantenidos con unos cuantos ciudadanos rusos, comparo sus aflicciones con la desolación y el pesimismo con el que nuestros abuelos sintieron con el desastre de 1898. Así, los primeros intentos de Putin de proseguir por la senda occidentalita de Yeltsin, toparon con obstáculos internos considerables.

La crítica situación de Rusia y un carácter forjado por las vicisitudes de una infancia miserable y una formidable adaptación a un medio plagado de intrigas y purgas desde la juventud, condujo a Putin a priorizar su consolidación en el poder. En primer lugar se deshizo de aquellos oligarcas que pudieran poner en peligro su mando. Fue una victoria sin prisioneros, quien se movía no salía en la foto y, además, iba a la cárcel o al cementerio. Así, consolidó pronto un régimen oligárquico, compuesto por una “nueva nobleza” tutelada por un poder caudillista. Sin embargo, los lastres de la URSS continuaron inexorablemente. La segunda guerra de Chechenia fue terriblemente sangrienta. El hundimiento del submarino nuclear Kursk en agosto de 2000 una vergüenza nacional que mostraba descarnadas chapuzas y corrupciones. La matanza en Beslán (Osetia del Norte) una cruel afrenta. El negro panorama se oscurecía aún más por la persistencia de los problemas “transfronterizos” de una Rusia insegura de sí misma. Entonces, Putin asumió la necesidad de implantar una ideología de Estado acorde con la situación y la historia de Rusia y, sobre todo, capaz de elevar la autoestima del pueblo ruso.

El neo-eurosianismo paneslavista le vino como anillo al dedo, pero la asunción de esta ideología implicaba la expansión que solo las guerras victoriosas entregaban. Tras Chechenia, Rusia invadió Georgia en 2008, con la aquiescencia, por parálisis, de George Bush y la OTAN. 

Fue el discurso de Vladímir Putin durante la Conferencia de Seguridad de Múnich el 10 de febrero de 2007, donde públicamente establece el rumbo de Rusia bajo su mandato. En primer lugar acusando a Estados Unidos de tratar de imponer sus reglas y su voluntad a otros países, «pero el modelo unipolar es imposible y totalmente inaceptable en el mundo moderno». Asimismo acusó a la OTAN de expansionista y provocativa. Añadió que Rusia respetaba los acuerdos sobre la reducción de los arsenales nucleares estratégicos pero insinuó que EEUU no. Tuvo el cuajo de afirmar que solo la ONU puede autorizar el uso de la fuerza para resolver los conflictos. Pero inmediatamente dejó claro que «Rusia siempre ha desarrollado una política exterior independiente y tiene la intención de continuarla; o hacemos lo mismo que vosotros o, a la vista de nuestras actuales posibilidades financieras, desarrollamos una respuesta asimétrica».

Rusia entonces volvió do solía. Centralización, autoritarismo y capitalismo de Estado, esta vez imitando el modelo de la República Popular China, si bien ajustado al “alma rusa” de un nacionalismo expansionista antioccidental. Naturalmente, el discurso del régimen asentado sobre una oligarquía parasitaria del Estado y las riquezas naturales, esos “silovikí” acaparadores de las 22 agencias gubernamentales que, con su despotismo burocrático lastran la productividad de una economía quince veces menor que la de EEUU, solo puede ser populista.

¿Es el nacional-putinismo una versión rusa del peronismo? Mi respuesta es no. Por el contrario, constituye una versión paneslava del nacionalsocialismo con aderezos de marxismo-leninismo estalinista.

Quienes desde un peculiar neutralismo sugieren motivos históricos para justificar la invasión a sangre y fuego de Ucrania, asumiendo las acusaciones putinescas contra los “nazis” ucranianos y el expansionismo yanqui, olvidan el meollo del régimen someramente descrito aquí. Quienes desde un peculiar pacifismo izquierdista claman por la paz desde la falsa equidistancia, ocultan con premeditación y alevosía que; los países que apoyan y son aliados de Putin son sus admirados Cuba, Venezuela, Corea del norte, Bielorrusia, Siria, Eritrea e Irán.