ES LA PRODUCTIVIDAD, ESTÚPIDO

Desde hace unos días, los medios de comunicación nos avisan de que el Gobierno provisional presidido por Sánchez, ha reducido la previsión del crecimiento del PIB para 2024: del 2,4 % al 2 %. Al mismo tiempo, la letra pequeña remitida a Bruselas por el gobierno eleva la presión fiscal un 0,5% de PIB, es decir, algo más de 7.000 millones de euros. Asimismo, el documento gubernamental recoge una suma de partidas de gasto corriente por 9.000 millones de euros, achacados al desarrollo de los fondos Next Generation, lo que en principio va en contra del Reglamento del Plan de Recuperación y Resiliencia. Por otro lado, el Estado español deberá destinar más de 41.000 millones de euros para pagar los intereses de la deuda pública, siempre y cuando la galerna surgida por el anuncio del aumento de la deuda pública de Italia, no desemboque en un deterioro de la calidad de la deuda de España. En todo caso, esos 41.000 millones de euros por intereses de la deuda para 2024, suponen más que todo lo recaudado por el impuesto de Sociedades o el equivalente acumulado de seis meses de IVA.

El panorama se oscurece aún más al comprobar que las exportaciones de bienes y servicios de España durante los primeros ocho meses del año han caído un 3,7% interanual en volumen –cantidad vendida–, según los datos del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo publicados esta semana. Para camuflar el mal dato, la nota del Ministerio hace hincapié en que la cifra total de ventas aumentó en un 1,8% porque «aunque hemos vendido menos, lo hemos vendido más caro». Y con un descaro infinito silencian que la inflación mundial durante este periodo se eleva al 8,7%. Tristemente, el gobierno Sánchez perpetra estas triquiñuelas porque sabe que los muchos medios que controla y no pocos de los que no, titularán, como luego han hecho, la noticia de esta manera: “Las exportaciones españolas de mercancías ascendieron un 1,8% interanual en el periodo enero-agosto y alcanzaron los 256.571 millones de euros”.

Y como la acción del gobierno Sánchez se sustenta en el despilfarro clientelar, el Plan Presupuestario de 2024 que el Gobierno acaba de remitir a Bruselas incluye una previsión de ingresos de 648.000 millones de euros, equivalente al 42% del PIB de España. Naturalmente, será más del 42% del PIB porque el gobierno ha inflado a propósito la cifra de crecimiento para el próximo año, al tiempo que prevé aumentar brutalmente la recaudación en 159.000 millones de euros, un 32,5% más que este año. Si se divide esta factura entre todos los españoles tocamos a unos 13.800 euros cada uno. Sin embargo, el gasto público total previsto para 2024 por el gobierno provisional de Sánchez, ha sido estimado en 694.000 millones, por lo que cuadrarlo con el déficit estimado del 3,6% resultará un ejercicio de ingeniería financiera.

Uno de los mejores analistas independientes de la economía española, el Observatorio Económico de la de la Universidad Francisco de Vitoria, en su reciente informe trimestral considera que «la economía española necesita una serie de reformas estructurales para elevar su crecimiento potencial, aumentar su productividad y competitividad, acabar con el diferencial negativo en el mercado laboral y atraer inversiones». He aquí la bicha que ni gobierno ni sindicatos nombran; PRODUCTIVIDAD.

LA PRODUCTIVIDAD

La productividad es una medida económica que permite calcular cuántos bienes y servicios se han producido por cada factor utilizado, y en un tiempo determinado. Por factores se entienden los trabajadores, pero también el capital invertido durante un periodo o la innovación tecnológica.

Solo hay que verificar los índices de productividad por países para comprender que cuanto mayor es la productividad de un país, mayores son los sueldos y también los impuestos que se recaudan.

Calcular la productividad laboral de una empresa privada es relativamente sencillo: producción total dividida entre el número de horas trabajadas. A este resultado se integran los cómputos de eficiencia en el uso de los recursos, el tiempo promedio de entrega, la calidad de los productos o servicios, la amortización de inversiones, etc. Empero, la productividad de una nación se calcula sobre dos factores fundamentales; la relación entre su PIB y el total de horas trabajadas. Paralelamente, se calcula el rendimiento del capital físico tangible e intangible: equipos, maquinaria, patentes y activos en propiedad intelectual. Ambos cómputos se integran en un resultado final pues tanto el capital humano como el físico interaccionan y generan sinergias. No obstante, esta fórmula no contempla las variables de cada sector productivo, las más evidentes en España son las considerables diferencias entre el sector privado y el público que, a su vez, ambos sectores tienen enormes diferencias de productividad.

Un dato muestra la realidad con nitidez. En España los recursos administrados por las administraciones públicas del Estado que, además de la administración pública incluyen defensa, seguridad, seguridad social obligatoria, educación y sanidad pública y servicios sociales, han crecido desde el 20% del PIB de principios de los años 70, hasta superar el 50% actualmente. Sin embargo, apenas aporta un 20% del Valor Añadido Bruto (VAB) nacional, mientras ocupa a más de tres millones de asalariados (en torno al 20% del total según la Encuesta de Población Activa, EPA). Durante los últimos 25 años el crecimiento anual promedio de la productividad del sector público español fue del 0,5%, mientras que el sector privado experimentó un crecimiento promedio de productividad del 0,8%. Así, según datos de Eurostat, en 2022 España se situó 16,5 puntos por debajo de la media de la eurozona en productividad laboral por hora trabajada. En concreto 8,2 puntos menos que la media de los 27 países de la UE. Dentro de los 36 países de la OCDE, España está en la posición 18, un lugar decepcionante teniendo en cuenta que la inversión del capital físico es relativamente alta.

Frente al relato triunfalista del gobierno Sánchez asegurando que nuestra economía marcha como una moto, está el dato de tener una de las productividades más bajas de la zona euro. Se trata de un lastre mayúsculo porque España se encuentra muy alejada de las naciones punteras del mundo. De acuerdo con la Total Economy Database del Conference Board, la productividad hora (PIB por hora trabajada) en España creció en la década de los ochenta a una tasa anual del 3%, Sin embargo, en la década de los noventa esa tasa bajó al 1,2% y en lo que llevamos de siglo se ha situado en una media del 0,8%. Esta tendencia a la baja, como puede observarse en gráfico estadístico de arriba, desde 2018 en que se inicia el gobierno presidido por Pedro Sánchez Pérez-Castejón, la productividad de nuestra economía ya no crece poco sino que desciende.

PRODUCTIVIDAD Y CAPACIDAD ADQUISITIVA

La mayoría de los estudios sobre la raquítica productividad de la economía española apuntan a una formación mediocre y obsoleta que no responde a las necesidades de la economía, a la escasa cultura empresarial derivada de un desprestigio social inducido por las ideologías igualitaristas de los partidos políticos de izquierdas, a la mala asignación de recursos derivada de la rigidez legislativa del mercado laboral que impide la transferencia de conocimientos y capacidades de una empresa, al tiempo que se señala a una supuesta escasa inversión tecnológica y al minifundismo empresarial. Siendo evidentes estas imputaciones, estimo que faltan unas cuantas tan importantes o más que las descritas; burocracia, inseguridad jurídica, legislación laboral lesiva y decenas de leyes y reglamentos obstaculizadores.

Si hay un ejemplo palmario de un sector de la economía española, no hace mucho tiempo boyante y productivo, que está siendo machacado por leyes y reglamentos, este es el agropecuario. Aunque la persecución leguleya cumplirá pronto el decenio, durante el último quinquenio se ha producido una autentica persecución. Leyes y reglamentos estultos generados por burgueses urbanitas con mentes obnubiladas por ideologías abstrusas, están generando la destrucción rápida de la agricultura, la ganadería y la pesca en España. Empezando por el enorme artefacto burocrático empeñado en políticas anti–productivistas llamado nuevo PAC -Política Agrícola Común (PAC)- seguido por las barbaridades perpetradas por el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Plan repleto de la tabarra progre tal que «uso sostenible de los suelos agrícolas, fomento de la digitalización y de la economía circular, modernización de los regadíos -que camufla el derribo de embalses y azudes centenarios para que los pececillos sean felices con permiso de los castores- … para reducir el uso de los recursos naturales, objetivos trasversales -que ni quienes los redactaron entienden- etc. etc.».

El menú antiproductivo se completa con la Ley de sanidad vegetal basada en mitos, la Ley de montes para que ardan en verano con esplendor, etc, etc. El culmen del despropósito es la ley de bienestar animal impulsada por la ministra de Podemos, Ione Belarra, aprobada el pasado febrero. Una Ley que humaniza a los animales y animaliza a los humanos, además de incrementar la burocracia y los costes de explotación. La resultante de tanto disparate ya la sufrimos todos los ciudadanos españoles menos aquellos a los que les pagamos la merienda: reducción drástica de las inversiones y la productividad e incremento bestial de los precios de los alimentos, al tiempo que se incrementan las importaciones. De seguir por la senda perpetrada por estos gobernantes, en unos meses España importará lechugas de los Países Bajos, pollos congelados de Brasil, jamones de China y aceite de oliva de Marruecos.

Los datos son contundentes. La renta española en términos de capacidad adquisitiva ha caído en comparación con los demás países europeos. En los últimos 11 años, España ha pasado de la posición decimotercera a la decimoctava, superada por países que venían de muy atrás por haber sufrido regímenes comunistas como la República Checa, Estonia o Lituania. Esta reducción de nuestra capacidad adquisitiva es la consecuencia lógica del descenso de la productividad que genera bajos salarios, mientras que el acaparo de recursos por el aumento elefantiásico de la burocracia estatal y el consiguiente endeudamiento creciente del Estado producido por el despilfarro generado por el clientelismo, ya sea en forma de amiguismo o de corrupción, del que se aprovechan sectores subvencionados políticos, culturales y del tercer sector junto con el conocido como capitalismo clientelar.

El capitalismo clientelar en España es mayoritario en los sectores más regulados, en concreto el energético, las telecomunicaciones, el farmacéutico y el financiero. Con todo, como he determinado antes, la productividad del sector privado es muy superior al público. Bien es cierto que dentro del sector público hay diferencias notables entre el sanitario y el de seguridad que tienen una productividad relativamente alta y el mucho más grande plagado de funcionarios y consejeros como el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico o la Consejería de Desarrollo Sostenible de Castilla-La Mancha.

Respecto al poder adquisitivo de los salarios en España, es imprescindible señalar que la explotación denunciada por Marx respecto al robo que sufre el empleado al no recibir lo que genera, esa plusvalía que acaba en las manos del patrón, en España es parcialmente falaz puesto que la diferencia entre productividad y salarios es mayormente absorbida por las cargas fiscales al trabajo. Así, las cotizaciones a la Seguridad Social y el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) alcanzaron este año el 39,5% del salario del trabajador medio español, 0,2 puntos más que el año pasado. La suma de estos dos conceptos (lo que se conoce como la cuña fiscal) supera en 4,9 puntos la media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que se sitúa en el 34,6%. De esta forma, el sueldo neto que finalmente recibe el empleado queda en el 60,5% del coste laboral que tiene el empleador. Entonces ¿Quién explota al trabajador español?

TRABAJAR EN ESPAÑA

O UNA NOCHE EN LA ÓPERA

Pablo Rojo Barreno.

La Ministra de trabajo que descubrió los ERTE y el contrato fijo-discontinuo de la Reforma Laboral de 2012 del PP, está satisfecha por las chulísimas consecuencias de su minireforma laboral. Tras este éxito, se ha lanzado sin paracaídas a la consagración de la matria que suma, desdeñando a la femenina patria, esa que algunos oímos su aflicción. Aunque para aflicción, esos más de 13.000 millones de déficit que el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) ha incurrido en los últimos dos años. Y mientras escribo estas líneas, el gobierno presidido por Sánchez Castejón, ha decidido transferir a la Seguridad Social 19.888 millones de euros más (deuda) a los 36.502,6 millones de hace apenas un año, para tapar el agujero que supondrá su empeño (electoral) de actualizar las pensiones con el IPC en 2023. Por supuesto, el gobierno echa la culpa de estos déficits a la pandemia y a la guerra de Ucrania.

Algunos malintencionados intentan desprestigiar el contrato de trabajo fijo-discontinuo por camuflar las cifras reales de desempleo. Que lo hace no hay duda puesto que; cuando al trabajador se le comunica que sus servicios quedan congelados y deja de trabajar, para el SEPE no consta como parado sino como “demandante de empleo no parado … una situación similar los trabajadores en ERTE, no trabajaban pero no estaban en el paro«. Con todo, hay que reconocer que este modelo de contrato mejora algo la continuidad del puesto de trabajo, respeta la antigüedad, permite acceder a la indemnización por extinción de contrato, y, probablemente, reducirá la tasa de temporalidad a largo plazo. Sin embargo, sigue conservando muchas lacras de los contratos temporales, por ejemplo, cuando las entidades de crédito no lo equivalen al contrato fijo indefinido.

Coherente con la obsesión reglamentista e intervencionista característica del gobierno presidido por Sánchez Castejón, el Real Decreto-ley 3/2022 impone cinco modalidades de contrato fijo discontinuo: estacional, intermitente, adscrito a contratas o concesiones, empresas de trabajo temporal y sector público. Estos contratos pueden ser por jornada completa o parcial, siendo estos últimos los que más se firman. Es obvio que en todos los casos, en algún momento el trabajador dejará de trabajar y pasará a engrosar el paro. Por otro lado, los tribunales laborales han considerado que no puede ser fijo discontinuo un trabajador que ha prestado servicios todo el año. El laberinto leguleyo se expresa fehacientemente cuando se comprueba que; la Tesorería General de la Seguridad Social (TGSS) de España, ha publicado para el 2022 nada menos que 47 modelos de contratos de trabajo, de los que 5 son para fijos-discontinuos.

Teniendo en cuenta que el suflé de estos contratos acaba de empezar, no hace falta tener mucha imaginación para prever que cuando la temporada turística acabe, un porcentaje considerable de trabajadores fijos-discontinuos pasarán a cobrar el seguro de desempleo en función de sus circunstancias personales. Estamos hablando de alrededor de un millón de trabajadores con jornadas de trabajo dispares. Si la bomba de relojería de las pensiones públicas (en julio supuso 11,8% del PIB) es manifiesta, el aumento del gasto por desempleo es algo más que un petardo, aunque las cifras oficiales nos lo camuflen.

Acostumbrados a sufrir un desempleo aciago desde hace cuatro décadas, apenas nos preguntamos como otros países de economías y riquezas naturales similares o incluso más exiguas, mantienen tasas de desempleo mucho menores y ahorran un dineral en miseria y gastos. Una respuesta sencilla la tenemos en la más católica que nosotros Irlanda, país también miembro de la UE donde los contratos de trabajo no están tipificados, por lo que los términos y condiciones del empleo dependen del acuerdo que se establezca entre el empleador y el trabajador. Esta sencilla fórmula junto con bajos impuestos, les ha permitido que estando emparejados con nosotros respecto al PIB per cápita hace 24 años, hoy (datos de 2021), con 84.940 € de PIB per cápita tripliquen con creces nuestro flaco 25.460 €, mantengan una deuda del 56% del PIB frente al 118,4% del PIB de España, al tiempo que mantienen una tasa de desempleo del 4,8% frente al 13,7% nuestra.

Mientras la ministra de Educación y Formación Profesional y actual portavoz nacional del PSOE, Pilar Alegría encuentra los puntos de fuga de la perspectiva de género en las matemáticas, les propongo analizar con un ejemplo las peculiaridades del contrato de trabajo fijo-discontinuo.

Parece que este contrato se está utilizando masivamente para la contratación de conductores de autobuses de transporte escolar. Debido al extenso calendario de días no lectivos, fiestas locales, vacaciones de navidad (entre 18 y 20 días), semana de carnaval, semana blanca, Semana Santa y vacaciones de verano de 5/6 semanas, el contrato fijo-discontinuo es el preferido por las empresas. Así, los conductores de autobuses escolares pasan al paro en verano y navidades porque las empresas de transporte escolar ahorran un pico en salario y cotizaciones a la Seguridad Social. Veamos; la retribución se establece por un salario base más complementos, pluses y las dos gratificaciones extraordinarias de junio y navidad. Tomando la media de varios convenios colectivos, obtenemos que un conductor de autobús escolar tiene un salario bruto mensual de 1.920,00 €/. A este salario hay que añadir las mencionadas pagas extraordinarias y los correspondientes impuestos. Es decir: 320,00 € por pagas extraordinarias, 150,08 € de cotización por desempleo (5,50 %), 528,64 € por contingencia común de la S.S. (23,60 %), 4,48 € por el FOGASA (0,20 %), 84 € por accidente de trabajo y enfermedad profesional (3,75 %) y 13,44 € (0,60 %) por formación profesional. Costo total mensual para la empresa: 3.020,64 €.

PARADOJAS: Cuando la empresa aplica el contrato fijo-discontinuo mandando a su casa al conductor de autobús escolar 20 días en navidad y 5/6 semanas entre julio y agosto nos encontramos con las siguientes paradojas:

La empresa de transporte escolar se ahorra 1.890,45 € en Navidad y 4.050,96 € en verano de salario e impuestos al trabajo, sin embargo, sacrifica la posibilidad de rentabilizar su autobús durante esos dos periodos.

El conductor “disfruta” de las mismas vacaciones que los maestros, aunque ve reducido su salario real a unos 1200,00 € al mes durante 2 meses (en función de varios parámetros como cotizaciones anteriores, hijos, etc,) y solo si tiene derecho a la prestación contributiva, es decir, el paro que se concede por tener 360 o más días cotizados en los últimos seis años, seguirá cotizando a la Seguridad Social para su futura jubilación. En todos los casos, no cotizará por desempleo, accidente de trabajo y enfermedad profesional, fondo de garantía salarial y formación profesional.

El Estado español y en concreto el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) hace un pan como una tortas con este sistema. Así, ha recibido un total de 1.508,00 € durante el año y tendrá que pagar unos 2.400,00 € en prestaciones de desempleo más costos administrativos de personal y financieros.

Ante este panorama de perspectiva poco halagüeña, he revisado los incentivos fiscales y bonificaciones estatales para fomentar la contratación indefinida. Hay unos cuantos que bonifican total o parcialmente la cuota empresarial a la Seguridad Social. Los más generosos que pueden durar hasta tres años, son los contratos para la formación y el aprendizaje. Menos generosos son los dedicados a las conversiones de contrato de formación en alternancia en indefinido, los contratos de prácticas en indefinidos, las bonificaciones a la contratación de personas mayores de 45 años, para contratos indefinidos de parados de larga duración, colectivos en riesgo de exclusión y víctimas de diferentes circunstancias, así como para la conciliación de la vida personal, laboral y familiar. En realidad, la única fórmula archidemostrada para estimular la contratación laboral indefinida, es la reducción general de los impuestos al trabajo, junto con la mencionada fórmula irlandesa de contratos de trabajo no tipificados y burocratizados.

Aunque es de sobra conocido el banal concepto que tienen demasiados políticos acerca del erario; «Estamos manejando el dinero público y el dinero público no es de nadie» despachado por la ínclita Carmen Calvo, el despilfarro del dinero que los contribuyentes están obligados a proveer al Estado es una canallada, aunque se disfrace con la empalagosa y demagógica redacción actual del BOE. 16 páginas antes del Dispongo tiene el Real Decreto-ley 32/2021 que arranca por la típica y tópica muletilla adaninsta: «Completar de una vez por todas la transición de nuestras relaciones laborales hacia un modelo más justo y garantista es el gran objetivo de esta reforma». De una vez por todas, escriben impasible el ademán.

Quienes defendemos el modelo de relaciones laborales claras, sin reductos privilegiados para unos pocos, sin letra pequeña ni recovecos, flexibles e indefinidas salvo para los casos concretos bien conocidos, sin intervencionismo estatal como en Irlanda, junto con el cambio de la indemnizaciones por despido por el modelo conocido como “Mochila Austriaca” vigente también en Dinamarca y Suecia, las jerigonzas burocráticas de nuestra legislación laboral nos parecen trabas destructoras de empleo y de dignidad (ver Nota Mochila Austriaca).

Nota sobre la Mochila Austríaca: Se trata de un sistema de protección para el trabajador asalariado, en que las empresas aportan el 1,53% del salario bruto de cada empleado a un fondo de capitalización o caja de prevención laboral, un importe que el trabajador se lleva consigo cuando cambia de compañía o se queda en situación de desempleo. Es el trabajador quien puede decidir si lo sigue acumulando para su posterior jubilación o si lo capitaliza para afrontar la nueva situación del paro. Para el trabajador hace las veces de indemnización y complemento a su pensión y solo él decide qué hacer con ese capital.