Al reconocer el estupor que me produjo la beligerante reacción de numerosas gentes del común y personalidades de países formalmente democráticos por, desde posiciones ideológicas diferentes, acreditar o apoyar claramente los pretextos que Putin utiliza para justificar la invasión de Ucrania, exhibí una notable falta de agudeza sobre la maraña de contradicciones performativas que inundan el pensamiento occidental.
Entiéndanme, no me sorprendió en absoluto que el izquierdista millonario Noam Chomsky o el delirante Atilio Boron, conocido por pedir a Nicolás Maduro que «aplastara» a la oposición para evitar que Venezuela «se convertiría, de facto, en el estado número 51 de Estados Unidos», aseguren que la invasión de Ucrania es culpa de EEUU y sus aliados, por cuanto Rusia solo defiende sus fronteras “naturales” de la expansiva y amenazante OTAN. Por supuesto estos personajes que disfrutan de libertad de expresión en sus por ellos denostadas democracias, son propagandistas de la manoseada narrativa que centra toda la responsabilidad de los conflictos mundiales en Estados Unidos, por ser la potencia imperialista capitalista hegemónica desde el final de la II Guerra Mundial. Así, según la izquierda populista posmoderna que, sin remilgo alguno es baluarte de la doctrina woke nacida e implantada en Estados Unidos, los yanquis no tienen autoridad moral para reclamar el respeto a la soberanía de ningún país, por contar con una vergonzosa historia de invasiones e intervenciones armadas catastróficas que desde su Guerra de Independencia superan la cincuentena pero que solo contando desde 1959 que inició su escalada en Vietnam, han seguido en Líbano, Irak (2 veces), Yugoslavia, Afganistán, Siria y Libia. En consecuencia, según este argumento, si la potencia norteamericana apoya a Ucrania es para debilitar o incluso aniquilar a Rusia como asegura Putin. Ni que decir tiene que este argumento denota nostalgia por aquella Unión Soviética colapsada y una vehemencia digna de mejor causa.
Más sofisticado o retorcido con respecto a la historia, pero no sorprendente, es que el discurso izquierdista descrito sea asumido por el lepenismo, el trotskismo posmoderno galo, el nacional-populismo padano y personajes como Berlusconi, por cuanto muchos franceses (los italianos algo menos) soportan mal que en 1944 las fuerzas aliadas comandadas por el yanqui Dwight D. Eisenhower liberaran Francia de los nazis, y que la generosidad de Eisenhower permitiera a la desecha honrilla gabacha que la insignificante división Leclerc desfilara victoriosa en el París liberado.
Con todo, la coherencia y la honradez deberían obligar a quienes acusan de intervencionismo imperialista a los EEUU y “su” OTAN y de seguimiento perruno a los aliados Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y Taiwán, apliquen la misma regla de medir alturas morales en el comportamiento de Rusia, incluida la etapa de dominación de la dinastía bolchevique. De esta manera comprobarán que su inmenso territorio es fruto de sempiternas guerras de expansión no siempre exitosas, pero sistemáticamente convertidas en mitos patrióticos imperiales.
Por ejemplo, parece objetivo aclarar que ante la alarma provocada por la revuelta decembrista del 26 de diciembre de 1825, los mitos patrióticos rusos fueron convertidos en doctrina por el noble erudito y ministro de Educación del zar Nicolás I, Serguéi Uvárov, a través de la trinidad imperial rusa: ortodoxia, autocracia y nación «pravoslaviye, samoderzhaviye y narodnost». Esta trinidad fue poco después precisada y acervada por el ideólogo del paneslavismo, Vladímir Lamanski, disponiendo que la Rusia blanca eslava tiene la sagrada misión de dominar Eurasia. Esta ideología imperialista y xenófoba fue pulida por el filósofo de cabecera de Putin, Iván Ilyín y ahora actualizada por el llamado «Rasputin de Putin», Alexander Duguin quien, junto con Yuri Kovalchuk y otros secuaces alrededor de Putin, reedifican, bajo la denominación neo-eurasianismo, un expansionismo rojipardo que establece que el enemigo del proyecto de la Gran Rusia euroasiática es el mundo «atlántico» liderado por Washington, mientras que «una alianza turco-eslava en la esfera euroasiática» haría posible el sueño paneslávico. Por consiguiente, según estos preceptos, sin el dominio de Ucrania, Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Bosnia, Croacia y Serbia, sin el control absoluto del Báltico y el Mar Negro, Rusia no puede consolidar el sagrado imperio euroasiático que inicia la victoria de San Dmitri Donskói de Moscú́ sobre los tártaros de la Horda Dorada en 1380.
La rehechura de la elite establecida en el siglo XVI en el Gran Ducado de Moscú por Iván IV, “el Terrible”, según Duguin y otros mentores de Putin, es la única fórmula capaz de conseguir la soñada “Tercera Roma” con capital en Moscú que incluiría, además de los mencionados países eslavos, las tres repúblicas bálticas, Rumania, Bulgaria y Grecia. Por lo tanto, todas las guerras que Rusia ha emprendido desde la fundación del Zarato, las conquistas de los Kanatos de Crimea, Kazán y Astracán, las de Siberia, Ucrania, Finlandia y el Cáucaso, la obsesión por el dominio de Crimea que tanta sangre ha causado y parece que causará, las conquistas de Uzbekistán, Kirguistán y Turkmenistán, la ocupación militar de las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) por el Ejército Rojo en 1940, las invasiones de Finlandia y Polonia por las tropas de Stalin en comandita con las de Hitler, las divisiones acorazadas arrasando Alemania del Este en 1953, Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968, la funesta invasión de Afganistán en 1979, las dos guerras contra Chechenia (1994-1996 y 1999- 2000), la agresión a Georgia para anexionarse Osetia del Sur y Abjasia en agosto de 2008, la intervención militar que ha consolidado la dictadura de Bashar Al Assad en Siria, el envío de tropas a Kazajistán en 2022 para reprimir la justificadísima revuelta del pueblo kazajo, los ciberataques y asesinatos selectivos de opositores y el empleo de mercenarios son, para Putin y los oligarcas y secuaces que le apoyan, historia gloriosa de Rusia.
En realidad, Putin no engaña. Su estrategia expansiva la dejó clara en 2007 en un discurso clave en la Conferencia de Política de Seguridad de Múnich. Aún más explicitó es su artículo en Izvestia de octubre de 2011, donde anunció su proyecto de una “Unión Euroasiática” que se extendería desde “Lisboa a Vladivostok”.
Ante estas y otras muchas evidencias, lo sorprendente es verificar que la concepción estatista del putinismo (la centralidad férrea del Estado en la vida política y social) más el nacional-ortodoxismo paneslavo son un reclamo para gentes que se identifican en la derecha por, según ellos, constituir un freno al imperialismo yanqui y su wokeismo amoral y disgregador que envenena occidente. Esta percepción, junto con la imagen de tipo duro de Putin, conlleva todo tipo de justificaciones geoestratégicas que disimulan la esencia del régimen ruso: una autocracia centralista y paneslavista que, ante los antecedentes históricos, intenta evitar un nuevo derrumbe por la fuerza de las armas.
Ha sido el afamado y controvertido general Ben Hodges quien hace unos días expuso el talón de Aquiles del régimen ruso cuando advirtió: «El gran tamaño de Rusia hace que la solidaridad cívica sea difícil de lograr en el mejor de los casos. Con la metrópolis debilitada, cualquier sentido de identidad nacional podría deteriorarse rápidamente». Los datos históricos muestran que los colapsos del Estado ruso se debieron a que el proyecto imperial de los zares que la URSS continuó, engendra un círculo vicioso de expansión, desequilibrada estabilización y colapso por la acumulación de dificultades macroeconómicas, sociales, políticas, geográficas y étnicas. Ha sido el profesor de historia Chris Snow quien ha expuesto la posibilidad de repetición del ciclo histórico ruso, al advertir que pese a la propaganda del régimen presumiendo de fortaleza financiera por la continuidad de sus ventas de petróleo y gas (sin mencionar los menores ingresos por los bajos precios) Rusia ya sufre una crisis estructural profunda.
Los datos parecen dar razón a Snow. El primer desequilibrio de Rusia es demográfico. Con 145 millones de habitantes su población desciende cada año, sobre todo en las grandes ciudades y en los krais Russkii (Русский) de etnia mayoritaria eslava, frente a los de las veintiuna repúblicas de etnias diferentes cuya población sube ligeramente. De hecho, entre 2002 y 2020, la etnia ruso-eslava se ha reducido en 10 millones de personas. Por otro lado, el PIB ruso en 2022 sumó 1,7 billones de dólares, mientras que Italia, con 59 millones de habitantes, tiene un PIB de 1,9 billones de dólares. En términos de renta por habitante, Rusia anda a la zaga de Kazajistán, Croacia y Rumanía. Su productividad es tercermundista pues el 60% de sus exportaciones son gas y petróleo, que representan, en total, un tercio de su economía, ligada, por tanto, a los vaivenes del precio de la energía. Les siguen otras materias primas y aparejos de guerra que en la práctica se han mostrado quebradizos. Así, el déficit presupuestario del Kremlin de 2022 fue de 47 mil millones de dólares, y el déficit presupuestario de este año aumentó a 3,42 billones de dólares en abril. Los ingresos totales de Rusia cayeron un 22 por ciento y sus gastos aumentaron un 26 por ciento. Rusia no cumplió con su objetivo presupuestario para todo el año y las pérdidas aumentan constantemente. Además, el valor del rublo se ha depreciado en más del 30% desde principios de 2023. Estas cifras contrastadas se oponen a no pocas oficiales que aseguran que el impuesto al valor añadido (IVA) se mantiene estable, lo que induce a pensar que Moscú nos está mintiendo para hacer que la situación sea menos catastrófica de lo que es.
El reconocido escritor ruso Mikhail Shishkin tuvo el coraje de escribir una carta abierta con el título: “Mi querido pueblo ruso: los ucranianos luchan contra el ejército de Putin para defender su libertad y la nuestra”. En el fondo, expresa la realidad de un poder oligárquico cuyo sistema de explotación y extracción centralizado en Moscú se muestra cada día más cruel e ineficiente. A pesar de las apariencias, el poder vertical implantado por Putin es frágil al estar constituido por un grupo reducido de individuos sin un mecanismo real de sucesión. Ineficiencia y aventurerismo hace que el sistema de Putin sea incluso más débil que el de la Unión Soviética. Personajes como Yevgueni Prigoshin y Serguéi Shoigú muestran la vorágine delincuencial del régimen.
Además, la Federación Rusa compuesta por nueve krais, cuarenta y siete óblasts, veintiuna repúblicas, cuatro distritos autónomos y dos ciudades federales que conforman los ochenta y tres sujetos federales, carece de instituciones locales sólidas. En realidad, solo la bota moscovita contiene las aspiraciones ancestrales de chechenos, baskirios, tártaros del Volga, udmurtos, mordovianos, ingusetios, calmucos, tuvanos, yacutos y altáis repartidos en las veintiuna repúblicas y varios krais y óblasts. De hecho, muchos han intentado independizarse de Moscú en el pasado. En la década de 1980, por ejemplo, Osetia, Chechenia e Ingushetia. Tartaristán y Baskiria también lo intentaron antes y hoy, a pesar de la represión, acontecen protestas contra la guerra en estas repúblicas. En Kuban perviven rescoldos del genocidio circasiano entre 1864 y 1870, por lo que la convivencia entre autóctonos y rusos es tensa. La efímera República de los Urales de 1993, es otro ejemplo de intentos fallidos de separarse del gobierno de Moscú.
La inestabilidad inherente a una federación que en realidad es una confederación, regida por un poder central extractor incapaz de generar riqueza, está siendo más fragilizada por el sangrado de recursos exigidos por una guerra generada por la mezcla de ambición imperialista y miedo del régimen a su propio colapso. Así, el sufrimiento y la pobreza aumentan al tiempo que el colapso demográfico de la Rusia eslava parece imparable.
En este contexto ¿se puede culpar a Ucrania de aspirar a pertenecer a la Unión Europea, en lugar de plegarse a una Rusia económicamente irrelevante, lastrada por un implacable centralismo étno-imperialista, además de científica y tecnológicamente muy inferior a Estados Unidos, China, Japón, Corea del sur y otros países del bloque occidental?