Con el Estado Leviatán-Zeus no tendrás nada y … serás siervo
Cuando Thomas Hobbes toma la figura del monstruo marino gigante de la mitología hebrea; el Leviatán, como representación metafórica para revelar alegóricamente la naturaleza del Estado moderno que hacia 1650, tras la guerra civil inglesa y los tratados de Westfalia con los que concluyeron la guerra de los Treinta Años en Alemania y la guerra de los Ochenta Años entre España y los Países Bajos, expone símbolo y realidad, metáfora y descripción, explicación, advertencia y, sobre todo, presagio. Hobbes presentó entonces al Leviatán como figura alegórica que impone en el flamante estado-nación un poder unitario; eclesiástico y civil; síntesis del acaparamiento del poder religioso y político; un satánico cíclope que concentra todos los poderes en un territorio llamado nación.
El Leviatán descrito por Hobbes fue poco a poco maniatado, que no eliminado, gracias a la sapiencia y rigor moral de liberales como Locke y Montesquieu. Ambos entendieron que solo la libertad política junto con la soberanía del pueblo se podía lograr una república democrática. Y la mejor fórmula que encontraron fue el principio de separación de poderes en el seno del Estado, a través del autocontrol derivado de un sistema de pesos y contrapesos (checks and balances) que disminuyen la probabilidad de un uso despótico o ilegítimo del poder público. Los primeros que establecieron un sistema de pesos y contrapesos para separar poderes del estado fueron los federalistas norteamericanos (James Madison, Alexander Hamilton y John Jay) inspirados en la propuesta de Locke de tres poderes: legislativo, ejecutivo y federativo, del equilibrio de poderes de Bolingbroke y de la balanza de poderes de Montesquieu. Y sobre estos principios John Adams, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson, James Madison y George Washington conformaron la Constitución de los Estados Unidos de América, redactada en 1787 y promulgada en 1789. Todas las siguientes constituciones DEMOCRÁTICAS del mundo siguieron la pauta de la división equilibrada de poderes. Sin embargo, es obvio que en muchos países occidentales aparentemente democráticos, esta separación ha sido y es pervertida. El ejemplo claro de perversión de la división de poderes lo tenemos ahora en la España gobernada por Pedro Sánchez.
Cuando la “teoría crítica” producida por los pensadores de la llamada la Escuela de Fráncfort languidecía en los campus norteamericanos, el posmodernismo parisino denominado por los yanquis como la “French Theory”, sirvió de ungüento amarillo y argamasa para aglutinar a los Horkheimer, Adorno y Marcuse con los Derrida, Foucault, Lyotard, etc, para entronizar el nihilismo ético y el relativismo cognitivo con el consiguiente cuestionamiento de la mayoría de los valores civilizatorios occidentales. Es decir, pusieron en solfa la noción de «verdad» y “razón”, pero continuaron la estela marxista de dividir la sociedad en estamentos estancos irreconciliables sin posibilidad de perdón alguno.
Efectivamente, se puede dudar de todo. Se puede dudar de las tradiciones que se nos han inculcado. Se puede dudar de la existencia de Dios. Se puede dudar incluso de la experiencia sensorial. De lo único de lo que es imposible dudar es del hecho de que se está dudando. Por tanto, «cogito ergo sum»: «Pienso, luego existo» de René Descartes. Sin embargo, la teoría crítica posmoderna en EEUU enseguida derivó en movimiento político conocido como “teoría crítica de la raza” y luego “cultura woke”.
WOKE O EL IMPERIO DEL RESENTIMIENTO
La doctrina woke — ver: “DEL MARXISMO AL CAPITALISMO WOKE”— hoy es una ideología totalizante establecida en la posverdad que sigue varias ramas posmarxistas como el posmarxismo laclausiano, pero desdeña lo económico para enfocarse en los aspectos psicológicos, sociológicos y culturales, asumiendo con ello la estrategia de instrumentalización de la cultura de Antonio Gramsci. Así, woke reemplaza la lucha de clases por la lucha de quienes sufren injusticia y contra todo aquello que entienden sus líderes como social y culturalmente protervo. Esta diluida pero englobadora fórmula, es capaz de abarcar todo tipo de agrupaciones reales o imaginadas de víctimas derivadas de su condición u opción sexual (Queers (raros), color de la piel, etnia, cultura y, cuando conviene, religión. Todos son considerados por la doctrina woke como víctimas de la cultura occidental heteropatriarcal y, por tanto, no tanto sujetos de emancipación como la clase proletaria para el marxismo, sino sujetos políticos a empoderar, con lo que nos encontramos con un matiz sustancial por cuanto empoderamiento implica que las personas desarrollen capacidades para actuar con éxito dentro del sistema y las estructuras de poder existentes, mientras que la emancipación implica analizar críticamente, resistir y desafiar las estructuras de poder.
Por otro lado, la doctrina woke no puede reivindicar calidad científica alguna, al definirse sobre un contexto cultural e histórico en el que la contrastación empírica y la búsqueda de la objetividad son menos relevantes que la creencia en sí misma y las emociones e ilusiones que genera a la hora de crear corrientes de opinión pública. En consecuencia, la doctrina woke establece la IDENTIDAD como palanca para elevar la autoestima personal o de “colectivos históricamente discriminados” para empoderar uno a uno al tiempo que reniega de la búsqueda de la verdad.
Hay que reconocer que los predicadores de la doctrina woke ha superado en capacidad de agitación y propaganda a Goebbels y a Willi Münzenberg, sobre todo inventando símbolos y produciendo eslóganes y gestos simbólicos (hincar la rodilla como protesta), pero son muy mediocres a la hora de presentar medidas de mejora concretas debido a su nulidad epistemológica. En realidad, su éxito propagandístico es relativamente reciente y deriva de la buena utilización de las redes sociales de internet donde descontextualizan el discurso y toman las opiniones como cifras que se van sumando a una causa o sobre un objetivo, al tiempo que se hace imposible la rectificación del que participa o la defensa ante la masa del que es interpelado en las redes. Por consiguiente, sus reivindicaciones son contextualizadas sobre el voluntarismo individual egocentrista del “tu puedes ser lo que quieras ser”.
Anatema es para woke involucrarse con las ciencias naturales y las ciencias físicas. El objetivo primordial de esta doctrina es penetrar en las creencias y sentimientos personales mientras desdeña la biología y la física, al tiempo que extrapola datos a modo cientificista, para imponer los relatos medioambientales que favorecen su relato tal que la aceptación acrítica de la hipótesis del cambio climático antropogénico. Por otro lado, notable es la capacidad woke de inventarse identidades, tipos y grados de opresiones sistémicas e “identidades oprimidas”. Antológico es el acrónimo «QIAPNK» (queer, intersexuales, asexuales, pansexuales, Kink y no binarias…) y sus derivas llamadas “interseccionalidad” de quienes sufren dos o más formas de discriminación fruto de la confluencia de varias “identidades oprimidas”. Con semejante totum revolotum combaten los ismos y fobias malditas del racismo, sexismo, homofobia, transfobia, xenofobia, islamofobia, colonialismo y capitalismo. Perdón, el capitalismo según y cómo.
Como el wokeismo ha establecido que tu identidad (etno-racial, sexual-género, cultural-religiosa, etc.) definirá el 100% de tu existencia, solo pueden existir enmiendas parciales compensatorias de la desigualdad derivada de la identidad. Es el caso del programa impuesto a instituciones y empresas occidentales conocido con el acrónimo DEI (diversidad, equidad e inclusión) —por supuesto ni en China, Rusia, Irán, Venezuela o Cuba hay DEI que valga— para recompensar a la “multitud queer” descrita por la alumna de la marxista-leninista Simone de Beauvoir; Judith Butler. De hecho Butler, en su famoso “El género en disputa” (1990) fundacional de la teoría queer postmoderna y postestructuralista, al relacionar la capacidad “performativa” del lenguaje con la configuración del género, es también la gran impulsora del “lenguaje inclusivo”, ese inflamiento semántico de ciertas palabras que pasan a englobar una serie de fenómenos más expansivos que conforma una calamitosa jerga repleta de neologismos como postfeminismo, transfeminismo, activismo menstrual, implantación de pronombres de género neutro, multiculturalismo selectivo, ambientalismo radical, “justicia reproductiva”, etc, etc, etc, que imita el escabroso argot inventado por Sigmund Freud para su cientificista psicoanálisis. Ya saben, San Freud estableció que el cuerpo humano es una totalidad erógena.
En el caso concreto de España, la doctrina woke ha sido asumida y está siendo implantada por la izquierda gobernante fucsia y vocinglera. Fue el gobierno del PSOE dirigido por Rodríguez Zapatero quien, envuelto en una supuesta agenda feminista, legisló contra la violencia de género con claros guiños lingüísticos e ideológicos woke-queer. También perpetró la ley de memoria histórica de parte y la de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo con aborto libre durante las 14 primeras semanas. Asimismo estableció la Ley 13/2005 conocida como Ley del Matrimonio Igualitario, que supuso el reconocimiento de las reivindicaciones LGBTIQ+. No menos woke es la Ley 3/2007, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas.
Pero ha sido con los gobiernos del PSOE-PODEMOS-SUMAR dirigidos por Pedro Sánchez Pérez-Castejón cuando la doctrina woke ha sido el eje principal de sus leyes y normas de obligado cumplimiento. Las menos comentadas pero las más intervencionista ideológicamente son las reformas de la educación secundaria obligatoria (ESO con la Ley orgánica 3/2020 que modificó la LOE de 2006 (LOMLOE); el Real Decreto 157/2022, que establece la “ordenación y las enseñanzas mínimas de la educación primaria”; y el Real Decreto 243/2022, que enumera y describe las “enseñanzas mínimas de la etapa educativa de bachillerato”. Todas ellas son leyes que marginan las humanidades e introducen nuevas asignaturas que potencian conceptos con gran carga ideológica, como la incorporación de la “perspectiva de género” en todas las materias, el “lenguaje inclusivo” y la “memoria democrática”.
Con todo, son las leyes promovidas por el Ministerio de Igualdad dirigido por Irene Montero las que representan la apoteosis woke del gobierno sanchista. Desde la Ley de garantía integral de la libertad sexual, más conocida como ley del “sólo sí es sí” que, además de discriminatoria e intimidatoria para los hombres, resultó un tiro salido por la culata al permitir que miles de presos condenados por agresiones sexuales vieran reducidas sus penas o salieran de la cárcel.
Es obvio que la Ley para la Igualdad y no discriminación, más conocida como «ley Zerolo» es justamente lo contrario de lo que anuncia porque discrimina al tiempo que genera un chiringuito burocrático estatal con el largo y rimbombante nombre: «Autoridad Independiente para la Igualdad de Trato y la No Discriminación” que usurpa a los tribunales de justicia. Con la modificación de la Ley Orgánica de la Salud Sexual y Reproducida y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo en 2023, las niñas menores de 16 años pueden abortar sin el consentimiento de los progenitores.
La ley woke por antonomasia expelida por Montero es la “Ley para la Igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGBTIQ+”, norma que permite la modificación del sexo legal en el Registro Civil sin someterse a condiciones médicas, al tiempo que garantiza el cambio de sexo a través de cirugía y hormonas desde los 16 años y desde los 12 años es “la madurez del menor” —¿Dónde se compra el medidor de madurez de menores?— quien decidirá modificar su sexo, las operaciones de su cambio de sexo y su tratamiento hormonal. Tras aprobarse en 2023, como sucedió con la ley del “sólo sí es sí”, en pocos meses se comprobó que era fuente de fraudes y terribles bestialidades cometidas a los niños.
LA ESTRATEGIA GLOBAL DEL WOKEISMO
Además de su formidable aparato de agitación y propaganda, el wokeismo tiene una estrategia de expansión basada en los contundentes siguientes asertos:
Sobre esta estrategia la doctrina woke fue implantándose en occidente por falta de oposición estructurada en el liberalismo tras la desaparición de Thatcher y Reagan. En consecuencia, hoy es constatable que ha logrado la hegemonía cultural que Antonio Gramsci proyectó como instrumento de dominio al determinar que las superestructuras son epifenómenos determinados directamente por la infraestructura.
De esta suerte, desde las universidades norteamericanas y británicas una enorme burocracia se fue extendiendo como balsa de aceite por los países occidentales. Agencias de derechos para los millones de víctimas raciales, étnicas, culturales y sexuales. Tribunales especiales para la vigilancia de derechos y discriminaciones positivas. Incalculables agencias y comités de vigilancia y censura contra la incorrección política que ponga en duda la doctrina woke en ministerios, universidades, colegios, empresas públicas y privadas, instituciones culturales públicas y privadas, motores de búsqueda y redes sociales de internet, etc. Infinitas comisiones, academias, facultades y cátedras encargadas de propagar la buena nueva woke y vigilar el cumplimiento de la innumerables normativas y leyes en defensa de los colectivos de víctimas.
Pronto se evidenció que semejante atracón burocrático y las subvenciones asociadas a la imposición de la doctrina woke tenían un coste disparatado y un efecto paralizante pero, como antes en la URSS, la masa inercial y el clientelismo asociado incentivaron a los dirigentes de la casta política a mantenerla y no enmendarla. En consecuencia, esa enorme burocracia lejos de reducirse se amplió y globalizó a través de la ONU, el foro de Davos y demás instituciones internacionales derivando en el CAPITALISMO WOKE – Enlace a: DEL MARXISMO AL CAPITALISMO WOKE UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA-
EL GRAN REINICIO DEL GLOBALISMO CORPORATIVO-MONOPOLISTA (Great Reset)
Los reinventores del término Gran Reinicio (Great Reset en inglés), con el ensayo «COVID-19: the Great Reset» (2020) Klaus Schwab (economista fundador del Foro Económico Mundial de Davos de representantes del capitalismo global, políticos y algunos intelectuales selectos como Yuval Harari) y Thierry Malleret (asesor, en los años ochenta y noventa, del primer ministro socialista francés Michel Rocard) postulan sin recato alguno cambiar los comportamientos sociales, acelerar la cuarta revolución industrial y aumentar la intervención del Estado para imponer la transición ecológica y la economía circular junto con la vigilancia de todos los individuos gracias a Internet y al reconocimiento facial para imponer un sistema parecido al crédito social chino. En realidad, este “Gran Reinicio” es un programa político para implantar un corporativismo mundial basado en el llamado “capitalismo de stakeholders” o capitalismo woke” a través de los estados nacionales.
Debatido en Davos y otros andurriales político-financieros, las propuestas del Gran Reinicio fueron pronto asumidas por la izquierda fucsia frente-populista woke en Europa, Canadá, Australia y EEUU. Que unos ricachos servidores de multibillonarios y de las élites político-culturales del mundo, utilicen los argumentos demagógicos de la doctrina woke para lanzar un programa estratégico global lleno de paternalismo, antiliberalismo y soberbia, con el fin de convertir a la inmensa mayoría de humanidad en siervos de las mencionadas élites, en línea con la Agenda 2030 y otras agendas y grandes negocios derivados de la imposición de la hipótesis del cambio climático antropogénico (enlace a “Del apocalipsis climático”) nos demuestra que la doctrina woke es un regalo para el capitalismo amoral dirigido por oportunistas sin principios.
Este “Gran Reinicio” fue inmediatamente aplaudido, asumido y propagado por los medios «mainstream» progres como The New York Times, Libération, Le Monde, The Guardian, Corriere della Sera y, por supuesto, El País. Al mismo tiempo, estos medios y ONGs del ramo, se confabularon con las multinacionales wokes y los gobiernos de la izquierda fucsia frente-populista woke para acusar de «conspiración» o “negacionismo” cualquier voz que critique las ideas propuestas en el Great Reset y contra cualquier sospecha de que todo este inmenso programa es despótico y supone un pingue negocio para los multibillonarios woke y sus lacayos políticos.
Tras la lectura de unos cuantos ensayos, informes y artículos (hay miles) sobre el Great Reset vendido envuelto en la farfolla woke de la economía sostenible e inclusiva, junto con la observación de los nefastos resultados evidenciados de su aplicación durante más de tres años, no hacen falta grandes dotes en economía política ni en ciencias sociales para comprender que estamos ante la evidencia de que el programa se está cumpliendo como previsto; es decir, que las medidas tomadas benefician a unos pocos en detrimento de la mayoría.
Los datos del Banco Mundial y otros organismos internacionales exponen que desde 2019 la llamada brecha entre ricos y pobres, tanto por países como por individuos, se está ampliando. Lo mismo ocurre con la desigualdad al acceso a la riqueza, la educación y la salud. Por otro lado, las costosísimas medidas contra el cambio climático están deteriorando la industria europea y de otros países industrializados con fracasos contundentes como la imposición del automóvil eléctrico o el desarrollo del hidrógeno verde. Al mismo tiempo, las pocas democracias liberales que quedan que aún se autodenominan “estados del bienestar”, convulsionan social y políticamente ante la confusión generada por la alianza entre la izquierda y el capitalismo woke plasmado en programas que chocan con los intereses y preocupaciones vitales de la mayoría de la población como son el desempleo, la inmigración ilegal, la inseguridad, el descenso del poder adquisitivo, el difícil acceso a la vivienda, el deterioro de la sanidad y la educación junto con la desconfianza en las instituciones y el achicamiento de las libertades individuales.
Poco se habla y menos se escribe sobre la obviedad de que el despótico programa de servidumbre del Gran Reinicio global y agendas como la 2030 impulsados por la mencionada élite mundial, está pretendiendo transmutar al ciudadano que aún consume lo que considera oportuno o lo que bien puede, en siervo dependiente del Estado Leviatán-Zeus como consecuencia de su propósito corporativista monopolista global. De este modo, el Estado a imagen y semejanza del que rige Xi Jinping, impone las agendas mundiales previstas y recolecta, a través de impuestos confiscatorios, el dinero imprescindible para aplicarlas. Asimismo, el Estado Leviatán-Zeus se encarga de vigilar y controlar a cada siervo por su bien cuan padre todopoderoso que ejerce su suprema autoridad. Si todo marcha como previsto por los perpetradores del Gran Reinicio global, el sistema de crédito social de China será una entelequia pues las herramientas de control del Estado Leviatán-Zeus ya son mucho más sofisticadas; desde la Inteligencia Artificial (si es inteligencia no puede ser artificial sino lo que realmente es; un veloz selector de plagios) hasta ese amoral transhumanismo del Sillicon Valey inductor de un tramposo sentimiento de omnipotencia.
Porque la palabra ciudadano en el estado-nación democrático liberal significa derecho de participación política continua y responsable, libertad de expresión y movimiento, de reunión y asociación, de enseñanza y culto, el reconocimiento de su dignidad, al tiempo que estos derechos conllevan un comportamiento digno y responsable, respeto de la ley, solidario y partícipe del bien común. Entonces, en este proyecto de estados paternalistas Leviatán-Zeus confederados ¿Dónde queda el ciudadano igual ante la ley y ante el Estado? ¿Dónde su derecho a la propiedad privada como fuente de desarrollo e iniciativa individual, como derecho inalterable que debe ser salvaguardado y protegido por la ley?
A estas preguntas básicas sobre los principios democráticos hay que añadir otra de singular carácter ¿Cuál es el fondo obtenido de la peor psicología de masas en que se sustenta el proyecto de transmutar los estados democráticos liberales en una confederación mundial de estados Leviatán-Zeus? La respuesta no es tan complicada como a primera vista puede parecer.
Si Dios ha muerto, el planeta está en peligro inmediato de cataclismo y el “conócete a ti mismo” es una entelequia ¿Quién nos aplaca el sentimiento trágico de la vida? ¿Quién apacigua la sensación de desamparo frente a leyes naturales y la conciencia constatada de nuestra finitud? ¿Quién establece la esperanza de resurrección final como anhelo de lo infinito que nos empuja al libre albedrío?
En este manipulado juego de pretender ser dioses salvadores del planeta, en medio de un páramo moral, los apóstoles del Gran Reinicio Woke (¿incluimos en el lote woke al catolicismo y otras comunidades cristianas?) nos colocan en una pavorosa encrucijada; aceptar devenir siervos del Estado Leviatán-Zeus padre y patrón sustentado en un capitalismo corporativista y monopolista global o abrazar un islán teocrático medieval.
Estamos ante mucho más que un proyecto de nueva sociedad, se trata de implantar un nuevo modelo de vida, de la versión posmoderna del “hombre nuevo” marxista-leninista. Para lograrlo estorban el cristianismo, la familia natural, los hijos, la heterosexualidad, la propiedad privada de la vivienda y el automóvil, el pensamiento libre, comer carne y pescado, el liberalismo económico, la educación decidida por los padres de familia… «En 2030 no tendrás nada y serás feliz».
Mientras tanto, los estados occidentales en plena conversión en Leviatán-Zeus amplían sus gastos corrientes sin freno real. Así, entre mediados del siglo XX hasta la década actual, los estados occidentales han pasado de gastar una media del 15%-20% de su producto interior bruto (PIB) hasta 50% y algunos más de su PIB. En el caso concreto de España, la ratio gasto público total en relación al PIB pasó del 20% en 1962 al 27% en 1975 hasta llegar en 2023 al 46,4% del PIB y subiendo sin freno. Al mismo tiempo, la deuda pública española en 1975 era del 7% del PIB, mientras que el ratio de deuda se situó en el 107,7% del PIB a finales de 2023. La misma o parecida senda mantienen otros estados occidentales y Japón.
Efectivamente, parece que 2030 no tendremos nada pero estaremos endeudadísimos sin comerlo ni beberlo.